Transición energética: una trampa del capitalismo energívoro

Desde el siglo XX la expansión depredadora de las dinámicas capitalistas genera una intensa y compleja crisis sistémica que pone en riesgo la reproducción de la vida misma en la Tierra. Una de las dimensiones de esta crisis es la climática, asociada al calentamiento global producido por el consumo voraz de hidrocarburos. Ya en el siglo XXI, tras décadas de negacionismo, el empresariado transnacional y los gobiernos del capitalismo central reconocen el cambio climático como un problema global e instalan la agenda de transición energética, cuyo eje es la descarbonización de la matriz energética mediante el reemplazo de combustibles fósiles por energías renovables.

Si bien reconocemos la urgencia de la transición, consideramos que el modelo realmente implementado de transición energética opera como una trampa más del capitalismo energívoro, pues no resuelve la crisis climática y además renueva las dinámicas globales de despojo y acumulación.  Entendemos los discursos oficiales de la transición energética como una eco-retórica capitalista, orientada a desactivar las potenciales resistencias que conlleva la violenta expansión de las fronteras energéticas. En este sentido, el análisis crítico de las experiencias latinoamericanas nos lleva a plantear los siguientes argumentos:

(a) Las políticas de transición energética, solo diversifican los mercados energéticos.

Como ya se ha señalado, la transición energética supone el reemplazo de los combustibles fósiles por energías renovables, pero esto no está ocurriendo. Sobre este punto, reconocemos dos fenómenos articulados: En primer lugar, la exploración de nuevas fuentes y tecnologías para la explotación de hidrocarburos, asociada a la escasez relativa de las fuentes convencionales, llegan con los polémicos proyectos petroleros offshore o costa afuera, por un lado, que instalan plataformas en el mar para fracturar el fondo marino (como ejemplo están la cuenca atlántica de Argentina, pero también el Presal en Brasil y el Golfo en México); y por otro, la expansión del fracking o fractura hidráulica que quiebra la roca a una profundidad de hasta 5000 metros para succionar gotitas de petróleo (como el caso de Argentina y Colombia). En ambos casos se trata de tecnologías extremadamente invasivas, que amenazan los equilibrios ecológicos, y cuya implementación reconfigura los territorios.

En segundo lugar, la imposición de una agenda de descarbonización que se limita solo al carbón, y que por lo tanto habilita la promoción de ‘hidrocarburos de transición’.

El caso emblemático es Chile, donde la política de descarbonización se focaliza en las termoeléctricas a carbón. Aunque inicialmente se anunció el cierre paulatino de estas centrales, la medida fue luego reemplazada por el anuncio de estrategias de reconversión al gas. Paradójicamente, se reemplaza un fósil por otro… Este año el estado chileno informó públicamente la adopción del gas como combustible de transición junto a la exploración de nuevas tecnologías para las termoeléctricas. Por una parte, este anuncio instala la demanda por gas, presionando así territorios que cuentan con el recurso; y por otra, sigue sin resolver la situación de las zonas sacrificadas por las termoeléctricas. El de Chile no es de ningún modo un caso aislado.

Es importante aclarar que más allá de los discursos oficiales, la agenda global de transición energética es una respuesta a la escasez relativa de hidrocarburos, específicamente al peack o pico petrolero que marca el declive en su fácil disponibilidad y rápida extracción, lo que conlleva un aumento de los costos y también nuevos conflictos por el acceso de las fuentes tradicionales.

En este escenario no hay abandono voluntario de los hidrocarburos por motivos ecológicos, sino una reconversión adaptativa por parte del empresariado que así expande la frontera hidrocarburífera con la intensión de resguardar la rentabilidad de sus negocios profundizando el desprecio ambiental.

A lo anterior se suma la promoción de energías renovables, principalmente no convencionales, que amplían y diversifican el mercado energético, pero es necesario enfatizar que el modelo impuesto de transición energética mercantiliza la energía, transformándola en una comodity transable en los mercados globales, donde la supuesta carbono neutralidad de las renovables conlleva un valor agregado que potencia su rentabilidad.

Se activan así procesos de industrialización de gran escala, porque no se trata de energía eólica o solar orientada al autoabastecimiento familiar o comunitario, sino de mega-emprendimientos energéticos capaces de competir con las energías fósiles tradicionales. Es en este sentido que las plantas solares y eólicas diversifican la oferta de mercados energéticos donde la demanda va en constante aumento. No desplazan a los hidrocarburos, solo amplían la oferta energética cuando aquellos ya no son rentables.

(b) Ni sustentables, ni renovables

A nivel global, la agenda de transición energética promueve la reconversión a las llamadas energías renovables. En un primer momento el foco estuvo en las hidroeléctricas, luego en los biocombustibles, en ambos casos los efectos territoriales han devastado territorios y comunidades. Esto se constata en las experiencias hidroeléctricas de Brasil, Chile y Bolivia; y en la producción de biocombustible en Argentina, Brasil y Paraguay. Ahora el foco está en las llamadas renovables no convencionales, principalmente plantas eólicas y fotovoltaicas, que son presentadas como energías limpias, sustentables y carbononeutrales. Sobre este punto, es necesario diferenciar entre las energías solar y eólica que sí son renovables y tienen sus propias dinámicas ecológicas, de los parques fotovoltaicos y eólicos que son artefactos captadores de esa energía. En tanto artefactos tecnológicos, estos no son renovables, pues su construcción y mantenimiento requiere cantidades enormes de minerales metálicos y no metálicos.

Efectivamente, la industrialización de fotovoltaicos y eólicos intensifica el extractivismo megaminero especialmente de cobre, considerado un mineral crítico para la transición, lo que ha activado un nuevo boom cuprífero en Chile, Perú y Argentina, y la entrada al negocio de Colombia y Ecuador. Pero también abre nuevos nichos de negocios asociados a otros minerales metálicos como el hierro y el cobalto, y no metálicos como el litio. En relación al cobalto, actualmente Chile explora los relaves mineros como potencial fuente de este mineral, con la intensión de posicionarse como país exportador. En relación al litio, la alta demanda generada por la transición energética ha significado una sobreexplotación de los salares altoandinos del lado chileno, y activado el voraz interés transnacional por explotar los salares del lado argentino. A lo anterior debemos agregar la obsolescencia programada de estos captadores de energía y la incertidumbre sobre su destino cuando quedan en desuso. Si estos minerales no son renovables y su explotación no es sustentable, entonces los artefactos que con ellos se producen, tampoco lo son.

da por la transición energética ha significado una sobreexplotación de los salares altoandinos del lado chileno, y activado el voraz interés transnacional por explotar los salares del lado argentino. A lo anterior debemos agregar la obsolescencia programada de estos captadores de energía y la incertidumbre sobre su destino cuando quedan en desuso. Si estos minerales no son renovables y su explotación no es sustentable, entonces los artefactos que con ellos se producen, tampoco lo son.

Además, la escala de los proyectos fotovoltaicos y eólicos principalmente en Brasil y Chile, altera las dinámicas territoriales en múltiples sentidos: por una parte, altera los ciclos ecológicos al causar la muerte de aves y romper las cadenas bióticas; por otra, la extensión del área instalada conlleva desplazamientos de población, pues el territorio ya no está disponible para otras actividades productivas o bien afecta la salud física y mental de comunidades expuestas, por ejemplo, al permanente zumbido de los aerogeneradores. El avance de la transición energética genera así, enclaves energéticos donde territorios definidos por la razón capitalista como “espacios vacíos”, son refuncionalizados como meros productores de energía. Se trata de nuevas zonas de sacrificio, donde la vida ya no es posible.

(c) Infraestructuras para el sakeo que reconfiguran territorios

Plantas fotovoltaicas y campos eólicos son infraestructuras de captación energética que intervienen violentamente los territorios. Pero estas infraestructuras se articulan a otras infraestructuras de conectividad a través de las cuales circula y se distribuye la energía. Para entender la complejidad de este fenómeno, se debe precisar que el modelo realmente implementado de transición energética se enfoca en la electrificación del sistema, omitiendo otras posibilidades. La electrificación del sistema requiere tecnologías de almacenamiento, pues la captación de eólicos y fotovoltaicas es inestable por su propia naturaleza, es ahí donde el litio cobra protagonismo. Requiere así líneas de trasmisión, estaciones y subestaciones eléctricas, cuya instalación también altera los ciclos ecológicos y dinámicas territoriales. Estas redes de infraestructura se construyen en base a minerales, principalmente cobre, lo que también potencia el avance de la mediana y gran minería, con todos los problemas que ello conlleva.

En el caso chileno, la intensión estatal de transformar al país en una “potencia de energías renovables no convencionales”, ha estimulado la inversión transnacional como negocio, generando una oferta de energía que no coincide con las capacidades de transmisión del sistema. Es ahí donde el estado interviene planificando, financiando y luego licitando a privados la construcción de mega carreteras eléctricas, entre las que destacamos las carreteras Cardones-Polpaico, ya ejecutada, y Kimal-Lo Aguirre, actualmente en proceso de evaluación ambiental, cuya extensión abarca desde Antofagasta a la Región Metropolitana. Las torres de alta tensión que conforman estas mega carreteras transforman los paisajes locales y generan radiaciones electromagnéticas que ponen en riesgo la salud, humana y no humana. Paralelamente, abren un nuevo mercado para las trasmisoras transnacionales que compiten por la licitación de las obras. Cabe señalar que, en el caso chileno, más allá de la competencia, las empresas generadoras y transmisoras han constituido gremios sumamente cohesionados desde los cuales potencian sus intereses privados. En Chile, las carreteras eléctricas operan como verdaderas rutas para el sakeo energético, en un sistema energético altamente concentrado y jerarquizado.

han constituido gremios sumamente cohesionados desde los cuales potencian sus intereses privados. En Chile, las carreteras eléctricas operan como verdaderas rutas para el sakeo energético, en un sistema energético altamente concentrado y jerarquizado.

(d) La transición energética actualiza las dinámicas de colonización y reproduce la desigualdad estructural

La agenda global de transición energética es una agenda capitalista que responde a las necesidades de las sociedades energívoras del norte global. Las sociedades energívoras son sociedades adictas a los combustibles fósiles y la electrificación. En estas sociedades todos los ámbitos de la cotidianidad son dependientes de la tecnología, la que paradójicamente depende de materiales extraídos en otros territorios, que estas mismas sociedades han colonizado y subordinado. Hay que subrayar que las sociedades energívoras son un tipo particular de sociedad, pues el consumo depredador de energía no es una práctica intrínseca al animal humano. De hecho, a nivel global, las sociedades energívoras coexisten con sociedades que padecen la pobreza energética y otras donde la energía no tiene el rol central que el capitalismo le ha atribuido. Reconocer la desigualdad en el acceso a la energía, nos lleva a relativizar la escases y crisis energética. Efectivamente, la agenda global de transición energética es una agenda diseñada para satisfacer las necesidades de las sociedades del capitalismo central, que al parecer no tienen intención de cambiar sus hábitos de consumo.  Para estas sociedades el desafío es mantener sus ritmos de consumo, por eso el modelo de transición energética realmente implementado se basa en la innovación tecnológica, que privilegia la ecoeficiencia. Un ejemplo claro es la electromovilidad, símbolo de la sustentabilidad capitalista, pues ahí la electrificación del sistema permitiría mantener la misma dinámica de transporte. Como vemos, para las sociedades energívoras el problema es técnico, no ético ni político.

Pero para que esas sociedades resuelvan tecnológicamente sus problemas de abastecimiento, requieren materiales. Es ahí donde sociedades que han sido colonizadas y subordinadas al orden capitalista, sustentan con sus bienes naturales y fuerza de trabajo la transición energética de las sociedades del norte global. Siguiendo con el ejemplo de la electromovilidad, son nuestros territorios los que proveen los minerales y la energía que la hacen posible, pero también son nuestros territorios los que padecen los pasivos ambientales que su explotación genera. Por eso no se puede asumir la transición energética como una propuesta de la humanidad para la humanidad. La transición energética es una propuesta situada en las sociedades del capitalismo central, que materializa un complejo proceso de colonialismo energético.

Para finalizar, es importante reiterar que los discursos oficiales sobre la transición energética operan como discursos legitimadores de nuevas formas de colonización que acentúan las desigualdades entre sociedades y al interior de estas. En ese sentido son eco-retóricas capitalistas que, por un lado, privatizan las ganancias de los nuevos negocios energéticos, y por otro, socializan las responsabilidades y culpas por la catástrofe climática. En América Latina el problema no es la escasez de energía, sino el acceso a ella y la autonomía para definir sus usos. Se trata de un problema de justicia y distribución. Esto no niega la urgencia de una transición, pero esta no puede limitarse a la descarbonización ni sustentarse en la innovación tecnológica, lo que se requiere es una transición civilizatoria, que reordene los vínculos humanos y con la Tierra.

Colectivo El Kintral

Publicado originalmente en Cuadernos del Capitaloceno, primavera 2023


Colaboraciones a edicionesapestosas[arroba]riseup.net


Cuadernos del Capitaloceno – primavera 2023 (español/portugués)

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