Sobre las sociedades cimarronas

Sostengo que la estructura económica y social de América en 1492 era antagónica respecto a la del Viejo Mundo. Cerca de un 85% del ámbito cobijaba casi la mitad de la población, en las que llamo naciones autosuficientes o armónicas: libertarias (los agresores con frecuencia las tacharían de pueblos «Sin dios, rey, ni ley»); gozaban de una cultura hedonista y ociosa (alcanzar el máximo placer posible por los sentidos, era el eje generatriz de sus vidas), pero, a la vez, su frugalidad implicaba que necesitaran bien poco y desdeñaran lo superfluo; nómadas potenciales, por conveniencia o gusto, podían desplazarse más o menos lejos sin mayor dificultad; por ética –basada en la solidaridad, reciprocidad y cooperación– eran hospitalarios y generosos.

El 15% restante albergó la otra mitad, en estados excedentarios, parecidos a los europeos, sociedades de clases, lo que implicaba explotación, represión, Estado y religión; pero que, en muchos aspectos –riego, aritmética, técnica o medicina–, eran mucho más sofisticadas que los europeos.

Cimarrones de palenque

Recuerdo que, concluyendo la Edad Media, Castilla y luego otros reinos coincidieron –y no fue casual– en el comienzo de la expansión atlántica que supuso agredir África y América, e inicio de la implantación definitiva de lo que llamaré modo de producción capitalista.

Denuncio que asaltar América fue una canallada (por el rol jugado por los canes como animales de guerra, torturadores y verdugos) centrada en el saqueo de miles de toneladas de plata, un etnocidio racista con hecatombe y desaire del otro, lo que también implicó una perturbadora alteración territorial, humana y cultural en los demás continentes; basta recordar la atroz e inaudita trata que afligió a millones de africanos. Atrocidad que Castilla venía perpetrando desde hacía siglos, la mal llamada reconquista, el asalto a Canarias, ambas para saquear, esclavizar o masacrar, o el quebrantamiento de lo pactado, tras rendirse Granada, bellaquería consumada por Isabel, bien llamada la católica, y su cómplice el cardenal Cisneros, que incluso arrasó la biblioteca, posiblemente la mejor de Europa. Una vez más, constato que manejan más información los creadores que los cronistas. Para citar un solo caso, A la sombra del granado, novela del pakistaní Tariq Alí. Sobre la canallada en sí, me limito a memorar lo que dijera Colón, en 1494, «Un perro hace aquí gran guerra hasta el punto que nosotros estimamos que son iguales a 10 hombres y que los necesitamos mucho». Y que en marzo siguiente «Tuvo lugar la primera gran batalla, en Vega Real, con mucho muerto y unos 600 prisioneros enviados a España como esclavos». Marc Ferro (Dir.), El libro negro del colonialismo. Siglos XVI al XXI: del exterminio al arrepentimiento, Madrid, 2005, La esfera de los Libros.

Enfatizo que Occidente controló poco más de un 15% de América, dichos estados excedentarios, algunas Antillas y estrechas franjas en parte de las costas marítimas y fluviales.

Evoco que el sistema apropiativo, productivista y ecocida –que eclosionó en buena parte con la explotación colonial– fue rechazado por muchos, acosados con pretextos materiales, raciales, religiosos o sexistas, y que en porcentajes notables huyeron del espacio opresor, repulsivo y vejatorio. Por lo que bastantes indios, blancos, negros o mestizos abandonaron haciendas, plantaciones o minas y cantidad de europeos prefirieron cruzar el charco y ensayar rehacer sus vidas en las enormes extensiones interiores indianas.

Los escurridizos se emboscaron en el interior de alguna Antilla, en especial las que los castellanos llamaron, estúpidamente, «inútiles», así Santo Domingo o Puerto Rico, donde los fugitivos no eran molestados por haber llegado a una especie de acuerdo tácito con los castellanos. Pero en otras fue impensable: el sistema de plantación, basado en miles de esclavos, no podía tolerar, bajo ningún concepto, este mal ejemplo y los cazadores de evadidos se encargaban de recapturarlos y castigarlos de forma ejemplar para aterrorizar al resto.

En el continente los recalcitrantes tenían más posibilidades y en colonias esclavistas, Brasil es paradigmático, como la cantidad de africanos era muy elevada, la cuantía que conseguían huir era también notable. Peculiaridades del paisaje americano implican hablar de dos clases de cimarroneras, de selva y de sabana. En unas, Amazonía pongo por caso, la frondosidad protegía, pero, a la vez, aislaba y la comunicación era en esencia fluvial y no siempre fácil. En otras, la naturaleza podía ser hostil para forasteros (perdedora, falta o exceso de agua, dificultad de sobrevivir sin saber cazar o recolectar) y por lo mismo excelente santuario; las mismas características, extensos pastos, tierra abierta o aislamiento, supusieron que a la vez hallase allí refugio mucho cuadrúpedo europeo, también escapado de las comarcas controladas por los occidentales, en esencia equinos y vacunos, que recuperaron su estado natural, la libertad, y proliferaron; los castellanos les llamaron orejanos, mostrencos o mesteños y supusieron un incremento de la fauna comestible, aunque la endémica ya era variada y abundante, y la potencialidad, para los forajidos, de serlo de caballería, lo que acrecentó su movilidad y disminuyó, a la vez, su vulnerabilidad. Más tarde, este potencial pecuario supuso que los occidentales deseasen controlarlo y ensayasen liquidar a los cimarrones calificándolos de cuatreros.

Norte

Bosques entre Apalaches y Misisipi y llanuras al oeste del río, donde vivió y resistió durante centurias tanta nación nativa, fueron soberbio escondite para esclavos africanos escapados de las plantaciones, bien pronto gigantescas, del sur de las Trece Colonias, luego Estados Unidos. Otra vez refiero mi perplejidad, los creadores saben más sobre el pasado que los historiadores: el film Lone Star, de Sayles, cita de pasada seminolas; Laura Esquivel, Como agua para chocolate, evoca un afromexicano descendiente de «una colonia de negros, huyendo de la guerra civil en USA y del peligro que corrían de ser linchados» y sin duda las gentes que irrumpieron como una estampida en la historia mexicana, 1910, habiendo escogido por responsable a Pancho Villa, que el poder siempre tachó de bandoleros o cuatreros, eran cimarrones huyendo del gobierno mexicano y del gringo.

Antillas

En 1493 ya se sembró caña en Santo Domingo (entonces La Española), hay referencias de un primer ingenio, 1503 y luego proliferaron. El fiasco de La Invencible, 1588, es charnela que separa el control hispano-luso del continente de la avalancha de colonizadores del resto de Europa que fueron apoderándose de forma creciente de enclaves, cada vez más considerables, empezó Holanda, pronto le siguió Inglaterra, luego Francia y más tarde otros, así Dinamarca.

Hace unos años Quintero Rivera desentrañó que buena parte de Puerto Rico devino cimarronera, que el llamó pasiva, formada por desertores de embarcaciones hispanas y fugitivos de todas las etnias, afros en primer lugar, procedentes de islas vecinas. Mientras él seguía pesquisando magistralmente, dando con información no sólo en libros o archivos sino rastreándola en el folclore isleño, yo averiguaba que Boriquén no había sido una excepción, había otros núcleos resistentes en otras antillas, Santo Domingo en primer lugar, pero igual en otras y, era de maliciar, hubo solidaridad y uniones entre los evadidos. Pero, otro enigma, había memoria de un solo caso, el de los garifonas o caribes negros, incluso ellos, cómo no, envueltos en el misterio.

Por supuesto debo citar Saint-Domingue, que devino la mayor productora de azúcar en el XVIII y alcanzó una impactante concentración de siervos. Los que pudieron huir, junto a marineros y soldados galos, pasaron a Santo Domingo, acrecentando aquella cimarronera. Los alzados en aquella, 1791, lograron lo que se proponían, rehusaron por vez primera la esclavitud a escala total y fundaron Haití, primera república afroamericana.

Costa Atlántica

Era de temer que, si Castilla solo controló parte del Istmo, la del oeste, la otra y en especial el litoral oriental, de Belice a Panamá, selvático y a orillas del Caribe, el gran lago azucarero, fuera ámbito de entrevero de nativos americanos huyendo del acoso o la servidumbre, europeos de la inquisición y negros de la trata. Se han estudiados los abusivamente llamados misquito de la costa atlántica nicaragüense.

Llanos del Orinoco

Exterminada o ahuyentada la población nativa de las Antillas, Tierra Firme fue devastada en los primeros años de la agresión, la del despilfarro, recorriéndola castellanos cazando esclavos que casi la vaciaron y escapar los sobrevivientes al sur, uniéndose a los que ya estaban allí y recibiendo a nuevos fugitivos, de negros a blancos, dando lugar a varias rochelas algunas estudiadas por mí. En la Guayana holandesa, donde fue muy considerable la concentración de esclavos, de paso hacia otros destinos o para trabajar en las plantaciones, los saramakas, arrancaron a los colonizadores, 1762, un tratado de paz, consiguiendo la libertad.

Y, como ocurrió en Brasil, esclavos de Cartagena de Indias, Nuevo Reino de Granada, lograron crear un palenque estable en San Basilio.

Amazonía

Comerciantes lusitanos, con capitales conseguidos en el tráfico asiático, invirtieron en plantaciones de caña a partir de 1532, en Pernambuco y Bahía, mientras empresarios holandeses controlaron la exportación de azúcar. Usaron primero nativos como siervos pero su rápida extinción supuso recurrir a africanos. A mediados del siglo XVIII el auge del café, minería o actividades vinculadas a la esclavitud (pesca, ganadería o elaboración de tasajo) se desplazaron hacia el sur, São Paulo o Minas Gerais y la capital se mudó de Bahía a Río de Janeiro. Variante sugestiva fueron esclavos urbanos, llamados de ganho, que sus propietarios podían alquilar para cualquier menester, manufacturas, acarreo o prostitución, cuidándose ellos de hallar trabajo y dar al patrón la cantidad predeterminada, gozando de cierta autonomía. Gabriel Izard dedicó al tema buena parte de su tesis, enfatizó primero las dificultades para el investigador pues la mayoría de fuentes son informes parciales y marciales de capitães do mato, encargados de perseguir y acosar fugitivos. Mucho documento debería leerse como en un espejo o entre líneas y recurrir a otras fuentes desde la arqueología a la historia oral que pueden dar una visión distinta de la que tenemos. Luego pormenorizó significado o pasado de mocambos o quilombos; durante mucho tiempo el desafío fue ninguneado, vinculado al menosprecio a los esclavos vistos como animales de labor; óptica que perduró hasta 1922 y culminó, con Freyre y la Leyenda apologética y legitimadora (en adelante Lal) portuguesa que surgió en Brasil idealizando una expansión lusitana que habría sido, de forma taumatúrgica, idílica y democrática, gracias a la ausencia de racismo y llevando a una mezcla con los otros sin prejuicio alguno, embeleco que adoptó el salazarismo y perdura entre algún académico.

La tesis de Ruíz-Peinado es singular gracias a su estadía de cuatro años entre quilombolas, descendientes de cimarrones, en los ríos Trombetas y Erepecurú, que, con la consabida memoria, rememoran su pasado en especial relaciones con los nativos para sobrevivir en áreas que desconocían; si bien en algún momento el contacto no fue armónico. Y enfatiza que así mismo se acogieron a este espacio libertario acosados europeos tachados de brujas, herejes u homosexuales o fugitivos de la marina o el ejército, de la llamada justicia o la inquisición. Incluso en alguno casos concretos los africanos eran minoría.

El autor menta primero el inicio de la esclavitud africana, vinculada a la depredadora caña de azúcar, perpetrada por portugueses en islas del Atlántico, São Tomé y Príncipe, Azores y Canarias, donde, por supuesto, surgieron las primeras experiencias cimarronas, luego en Angola y Congo. Y resume características comunes a las sociedades quilombolas, usufructo comunitario de tierra y recursos, ética solidaria, inestabilidad por intentos coloniales de destruirlos y el desequilibrio entre sexos, redefinición de patrones de parentesco o de noción del espacio doméstico a través de cofradías, resistencia ante el afán bestializador y deculturador de burócratas, clérigos y hacendados o sincretismo entreverando elementos afros, logística, magia, mitología, música o parentesco.

Ruíz-Peinado califica las sociedades cimarronas según la relación que mantenían con el universo del que escapaban. Unas se establecieron cerca y tenían notable contacto con trueque para conseguir herramientas, pertrechos o pólvora; otras lo hacían a buena distancia, en la selva, eran autosuficientes y el tráfico era escaso, unos terceros más recónditos producían bienes apreciados por los brasileros que comercializaban a través de intermediarios, incluso oro y diamantes en Minas Gerais. En las transacciones otro elemento esencial fue la información, sobre ataques o expediciones, y podía incluso darla algún esclavo o mercaderes blancos ansiosos de ganar la confianza de los cimarrones.

Sur del sur

Grandes llanuras meridionales americanas también acogieron evadidos de colonias vecinas, dando lugar a huasos, morocuchos o gauchos resistiendo junto a naciones aborígenes, ranqueles o mapuches por citar sólo dos.

Acá, como en otros ámbitos, acólitos de la Historia Sagrada han perpetrado tareas de inversión cambalacheando adjetivos, si la Lal hispana llama caníbales a los que fueron sustento de conquistadores famélicos, o bárbaros a gente con una civilización más sofisticada y sensata que la occidental, algún cronista es capaz de tildar de cuatreros o depredadores a personas que de vez en cuando cazaban un caballo o asaban una res y eran, en y por principio, conservacionistas de la natura.

Fuentes e informaciones

Rescatar el pasado de estas comunidades, neutralizar funcionarios del olvido que no son gran cosa más que la voz de su amo, implica utilizar los datos archivísticos leyéndolos, insisto, en un espejo, para obtener una imagen invertida, con toda seguridad mucho más cercana a la realidad, y, por otra parte, dar con nuevos informantes, creadores en primer lugar.

De lo que he venido diciendo debe desprenderse que existe abundante información jurídica, la mayoría decretando las penas en que podían incurrir los esclavos si, pongo por caso, desertaban de la plantación; parafernalia legal que puede sernos útil para pesquisar; también pueden ser de utilidad las leyes de manumisión, pero en algún caso se da lo contrario, así la constitución brasilera reconociendo la propiedad comunitaria de su territorio a los quilombolas.

He vuelto a mentar, otra vez y no será la última, a los creadores –novelistas, pintores, poetas o fotógrafos–, pero también debemos tener en cuenta los viajeros o la impresionante producción propia, literatura oral a veces difícil de localizar; para el caso del Llano de Apure tenemos una obra excepcional, Diario de un llanero de Torrealba, auténtica y útil enciclopedia del tema.

Como ocurre con machacona frecuencia, se interesan y acercan más al pasado dichos creadores que muchos académicos; la producción en el ámbito analizado es tan considerable que es imposible detallarla; me ceñiré a algún caso de una lista que por fortuna es larguísima. Barry Unsworth en Hambre sagrada, no solo detalla caza en África o dantesca travesía atlántica, además evoca sociedades del nuevo continente formadas por nativos y esclavos huidos y la segunda parte de la novela gira alrededor de la tentativa libertaria de africanos y blancos que sobrevivieron a un motín y que en Florida acogieron a algún piel roja.

Barbara Smucker, Huida al Canadá, alude al ferrocarril subterráneo, trama solidaria de quienes, antes de la abolición, ayudaron a esclavos fugados a pasar al vecino del norte. Ella me refirió, la primera, cómo se daba de comer a los siervos o el trauma de las separaciones familiares. Tony Morrison, con su especial realismo mágico, ha ambientado buena parte de su producción entre los afro de USA. El film Amistad de Spilberg, además de recrear un hecho concreto, denuncia la trata cubana del XIX, con la que se enriquecieron tantos españoles, entre ellos mucho catalán, y consigue con algunas imágenes, cadenas colgando del techo de la sentina, sobrecoger al público lo que jamás lograremos los historiadores.

Bruce Chatwin, El virrey de Ouidah, que reseña cómo oligarcas brasileños organizaron la trata en la misma África a mediados del siglo XIX, dio pie al film Cobra verde de Werner Herzog.

Porfío, la lista sería excesiva. Si historiadores cubanos fueron pioneros investigando sobre esclavitud —podría recordar a Miguel Barnet, Biografía de un cimarrón; Cepero Bonilla, Azúcar y abolición; Manuel Moreno Fraginals, El ingenio o Juan Pérez de la Riva, El barracón. Esclavitud y capitalismo en Cuba—, la cuestión interesó a los creadores, tendría La última cena, de Gutiérrez Alea, como emblemática  obra que recrea la atmósfera y la vida en una plantación.

Miquel Izard

Fuente: https://revistapolemica.wordpress.com


Bibliografía elemental

Genovese, Eugene, Esclavitud y capitalismo, Barcelona, 1971, Ariel.

Izard, Gabriel, “Aproximación crítica al cimarronaje en Brasil”, Barcelona, 2000, UB.

Izard, M., El rechazo a la civilización, Barcelona, 2000, Península.

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Martínez Montiel, Luz Mª, Negros en América, Madrid, 1992, Mapfre.

Moreno Fraginals, M. (Relator), África en América Latina, México, 21987, Siglo XXI y Unesco.

Richard, Price, (Comp.), Sociedades cimarronas, México, 1981, Siglo XXI.

Quintero Rivera, Angel, Salsa, sabor y control. Sociología de la música tropical, México, 1998, Siglo XXI.

Ruíz-Peinado Alonso, José L., “Resistencia y cimarronaje en Brasil: Mocambos del Trombetas, Barcelona, 2001, UB.

Thomas, Hugh, La Trata de Esclavos: Historia del tráfico de seres humanos de     1440 a 1870, Barcelona, 1998, Planeta.

Torrealba Ostos, Antonio José, Diario de un llanero, Caracas, 1987, UCV, 6 vols.

Zapata, Roger, Imágenes de la resistencia indígena y esclava, Lima, 1990, Wari.


Colaboraciones a edicionesapestosas[arroba]riseup.net


 

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