La invención de los soñadores: sobre marxistas y anarquistas en 1873

por: Diego fernández vilaplana, segle xix

El presente artículo parte de la invitación de Fernández Buey a repensar la relación entre anarquismo y marxismo desde una interpretación compartida de la historia. Con esta premisa, analizamos el debate imposible entre Friedrich Engels, José Mesa, Pablo Iglesias, Francisco Tomás y Anselmo Lorenzo, entre otros, a propósito de la insurrección internacionalista de 1873 en Alcoi. Una discusión que la historiografía eterniza en los mismos términos heredados y que, a la vista de los hechos, parece superada. Lo que subyace, aparentemente, es el eterno y enquistado análisis sobre la persistente hegemonía del movimiento libertario en la historia del obrerismo español.

 


Familiarizado desde la tierna militancia con los viejos (y poco constructivos) debates sobre antiguas derrotas y supuestas traiciones, me sorprendió el título de una conferencia de Francisco Fernández Buey. “Sobre marxismo y anarquismo”1, al que he plagiado el título, es un texto breve de lectura fácil, pero cargado de sabiduría. Un provocador ensayo sobre la omnipresencia del pasado, de su pesada herencia, en el debate de las ideas.

En él se entrelaza la praxis del movimiento obrero del último tercio del pasado siglo, con referencias a las obras, entre otros, de Bookchin, Debord, Negri, Martínez Alier y Sacristán, pero también de Berneri y Gramsci. Pero no es la reflexión sobre la necesidad de confluir en espacios, que Fernández Buey calificó significativamente de “grupos de afinidad”, lo que me movió a escribir este artículo. Según la tesis del genial autor de Marx (sin ismos)2: “Los motivos de fondo del enfrentamiento histórico entre marxismo y anarquismo han caducado”. Una afirmación valiente y controvertida que buscaba, como en muchas de sus intervenciones, el debate abierto sin apriorismo.

El “marxista singular”3, como lo define El Viejo Topo, no propuso con ello olvidar, ni mucho menos, la larguísima historia de desavenencias4 en aras del reencuentro. Al contrario, Fernández Buey nos invitó a “reflexionar sobre esta historia en común”. Y esta es la excusa del artículo, observar los hechos para debatir con el análisis de los clásicos en sus disputas. Si se quiere, un ejercicio ventajista a la luz, y a las sombras, de la historiografía

A propósito del debate, me vino a la cabeza una obra menor de Engels, muy citada pero recurrentemente mal contextualizada. Uno de esos catecismos laicos con que se atiza al rival en debates políticos extemporáneos, para denunciar su heterodoxia o ironizar sobre sus carencias ideológicas. En realidad, “Los bakuninistas en acción”5 no es más que crónica de urgencia. Se trata de una herramienta de propaganda contra el competidor, en este caso, apolítico, en un momento de dura pugna.

Si aceptamos recoger el guante de Fernández Buey, parece conveniente empezar por los albores. No insinúo, ni mucho menos, que el aterrizaje de Marx y Bakunin en España determinase de una vez y para siempre su devenir. Pero, a buen seguro, en el último tercio del XIX encontraremos algunas claves de esa inicial ruptura desigual que definió una problemática relación durante prácticamente un siglo.

La difícil convivencia entre seguidores de uno y otro en el seno de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) estalló definitivamente en el congreso de septiembre de 1872. Y mientras los anarquistas eran expulsados en el Congreso de la Haya, sus correligionarios españoles hacían lo propio con los marxistas antes de llegar al de Córdoba, en diciembre del mismo año6. Ni siquiera la llegada de Paul Lafargue7 a Madrid, yerno de Karl Marx, evitó que el movimiento obrero español se decantase mayoritariamente por la idea. Un predominio ideológico que arraigó y perduró en el tiempo. Hablaremos de ello.

Se daba así la aparente paradoja que mientras la Alianza Internacional de la Democracia Socialista, del revolucionario ruso, quedaba excluida de la AIT; la Federación Regional Española (FRE) echaba a la Nueva Federación Madrileña de Pablo Iglesias8. De hecho, en el Congreso alternativo de Saint-Imier, además de los españoles (Farga Pellicer, Morago, Marselau y Alerini, refugiado de la Comuna de Marsella) tan solo estaban presentes los representantes de la Federación de Bélgica y del Jura (entre ellos Bakunin, Guillaume, Fanelli y Malatesta). Sin duda, desde su nacimiento, el anarquismo español tuvo un peso sobresaliente en al ámbito internacional y hegemónico a nivel local. Fuera de este contexto las palabras de Engels no se entienden en absoluto.

Ni se comprenden al margen del enconado enfrentamiento en el seno de la Internacional, ni pueden extrapolarse cronológica ni geográficamente, aunque Engels pretendiese “prevenir con este ejemplo al mundo contemporáneo” de las “ignominiosas [hazañas] de los anarquistas bakuninianos”9.

Una revolución falseada”10

Los hechos transcurrieron durante la breve y turbulenta Primera República Española. Un periodo que se enmarca en el Sexenio Democrático. Un vaivén político sin parangón de tan solo seis años, en un contexto europeo y mundial igualmente alborotado. La guerra franco-prusiana, la Comuna de París, la Revolución Meiji, la conclusión de la Revolución Taiping o la posguerra civil norteamericana… son algunos ejemplos que nos demuestran que estamos ante un cambio de era: “En una fase en la que, según el planteamiento marxiano, lo viejo viene a morir en lo nuevo y lo nuevo surge desde lo viejo”11.

El golpe de Topete y Prim de septiembre del 68 inauguró un período convulso en el que se entrecruzan intereses contradictorios. El triunfo de la revolución fue fruto de la confluencia del pronunciamiento militar de los generales unionistas y progresistas y de la revuelta popular encabezada por los demócratas. Supuso la culminación del ciclo revolucionario liberal burgués, en su vertiente más democrática; pero también inició un nuevo tiempo en el que adquirieron protagonismo las clases populares: “El Sexenio es, a la vez, cierre e inicio, colofón y preámbulo, fin y principio”12.

La revolución falseada, como la definió Josep Fontana, fue también el fruto de la incapacidad de políticos y militares por imponer el cambio que venían intentando desde 1866. Empujados por el malestar de la población, los progresistas lograron una amplia movilización que, sin embargo, traicionaron de inmediato. Una vez conquistado el poder y desalojada Isabel II, Prim anunció que “no habrá en España república mientras yo viva”13. Y así fue, el mismo día que su candidato al trono Amadeo I llegaba a Cartagena, el general moría víctima de un atentado. El reinado del saboyano fue breve y, finalmente, el 11 de febrero de 1873, las Cortes proclamaron la República, a falta de dilucidar si había de ser unitaria o federal.

Los gobiernos que se sucedieron entre 1868 y 1874 hicieron frente a dos guerras civiles: la segunda (o tercera) guerra carlista y el conflicto de Cuba. O en realidad tres, si añadimos la sostenida contra las propias masas revolucionarias defraudadas. Las quintas de 25.000 hombres en 1869 y de 40.000 en 1870 provocaron el levantamiento de muchas ciudades. Lejos de cumplir sus promesas, las Cortes recurrieron a esta impopular medida para hacer frente a la insurrección colonial y a la reacción. Y no fue el único conflicto social.

Lo que subyace es un choque de intereses. El Sexenio es un hito en el largo proceso de la revolución burguesa española. Esta fue afianzándose, mediante la consecución de sus objetivos: libertad de trabajo, industria y comercio; transformación de la propiedad feudal de la tierra en propiedad capitalista; articulación de unas nuevas relaciones de producción y relaciones sociales14. En definitiva, la consolidación del Estado liberal, acompañado indisolublemente por la creciente organización de la clase obrera, camino de una mayor autonomía desprovista de tutelas burguesas.

En el Congreso de Barcelona, de 1870, quedó oficialmente constituida la FRE de la AIT, aprovechando la libertad de asociación decretada por el gobierno provisional. En sus primeros meses de vida creció exponencialmente, muchos de sus militantes provenían del federalismo republicano y una mayoría de sociedades obreras. Incluso Amadeo I aprovechó su visita a Barcelona en el verano del 71 para amnistiar a varios internacionalistas recluidos por delitos políticos. Sin embargo, el odio de las clases dirigentes ya estaba inoculado desde la insurrección de la Comuna de París, entre los meses de marzo y mayo del mismo año.

El 16 de enero de 1872, desde su recién estrenada presidencia del Consejo de Ministros, Práxedes Mateo Sagasta, remitió una circular a los delegados provinciales decretando el cierre y persecución de la AIT por tratarse de una secta comunista: “Una verdadera conspiración social contra todo lo existente, (…) la utopía filosofal del crimen”15. A pesar de ello, en 1873, la AIT seguía siendo una organización legítima en España. Legal a pesar de los intentos de los sectores más reaccionarios del progresismo, e incluso del republicanismo conservador de Castelar. En el verano de 1873 detonó, le estalló al gobierno de Pi, la aparente alianza inicial entre federalistas y proletarios.

Liquidada la dinastía italiana, las Cortes asumieron la soberanía nacional y declararon la Republica a propuesta de Pi i Margall por 258 votos contra 32. Estanislao Figueras asumió la Presidencia del ejecutivo y Pi se hizo cargo del Ministerio de la Gobernación, que compatibilizó más tarde con la presidencia. Tres guerras (carlista, cubana y cantonal) y cuatro presidentes (Figueras, Pi i Margall, Salmerón y Castelar) dan cuenta de la difícil vida de la efímera república. El 10 de mayo se celebraron las elecciones constituyentes, tras las que los federales obtienen el 92% de los escaños. Una mayoría absolutísima que escondía una división difícil de conciliar.

El 11 de junio de 1873 Pi i Margall16 consiguió formar gobierno y fue presidente hasta el 18 de julio. En apenas un mes planteó un ambicioso plan de reformas17 que incluyó la separación efectiva entre Iglesia y Estado, la reorganización del ejército, la reducción de la jornada laboral, la regulación del trabajo de los menores, salario mínimo, libertad de huelga, establecimiento de jurados mixtos, educación gratuita, la descentralización del estado… y una nueva constitución. Huelga decir que apenas esbozó un proyecto que culminó con la presentación de un proyecto de Constitución Federal, apenas un día antes de dejar el cargo18.

La cantonal

Engels reprochó severamente a los internacionalistas españoles no haber aprovechado el contexto para mejorar las condiciones de vida del proletariado, rechazando las medidas pimargallianas, que tildó de revolucionarias. De hecho, en un manifiesto al pueblo español firmado por el Comité Central de la Internacional en Ginebra, Marx ya recomendó a los trabajadores españoles tiempo atrás que hiciesen por hacer llegar la República Federal: “Única forma de gobierno que, transitoriamente y como medio de llegar a una organización social basada en la justicia, ofrece verdaderas garantías de libertad popular”19 .

Proclamada la República, la Comisión, bakuninista, hizo pública una circular (número 8) calificando el recién estrenado régimen como “el último baluarte de la burguesía, la última trinchera de los explotadores del fruto de nuestro trabajo”20. Mientras en Valencia, donde residía el Consejo federal, los marxistas mostraban su satisfacción. Los antiautoritarios se mofaron por su participación, el día de la proclamación, en “una ridícula manifestación, compuesta en su mayoría de niños y mujeres”, junto a las que desfilaban “hombres avergonzados”. Entre los más destacados, varios miembros de “la sucursal de la nueva federación madrileña en Valencia” compuesta por “lacayos de los prohombres del partido republicano cimbrio-unitario”21.

El debate fue mucho más rico y complejo, y aunque no pretendo profundizar en el asunto nos detendremos un instante. Engels escribía, probablemente, informado por José Mesa y Leompart, con quien mantuvo una fecunda correspondencia en francés22. Antiguo republicano, tipógrafo y director del diario La Emancipación, a quien debemos la primera traducción española del Manifiesto del Partido Comunista23. Mesa, además, propuso al revolucionario alemán la urgencia de divulgar la obra de Marx La miseria de la filosofía, para contrarrestar la influencia de Proudhon entre el movimiento obrero español24.

A las puertas de las elecciones constituyentes de mayo de 1873, los aliancistas celebraron dos asambleas multitudinarias para dilucidar su postura. Hasta aquí coinciden las versiones. Según el informe dictado por Mesa, resolvieron otorgar libertad a sus federados para participar en los comicios. Según las Actas, en Barcelona zanjaron “que la Internacional rechazaba toda participación en las cuestiones políticas, conforme a lo acordado en los Congresos”25 y en Alcoi se “aconsejaba la completa abstención en la política burgesa, y la organización revolucionaria del proletariado fuera de toda organización autoritaria dirigida por los burgeses”26, y aprovecharon para convocar una manifestación donde demostrar su fuerza.

Pero a esas alturas, como apunta Piqueras sobre hechos posteriores, probablemente “la Comisión federal no era más representativa de la conducta de la AIT española de lo que pudiera serlo cada uno de los Consejos locales”27. López Estudillo ha demostrado, en su minucioso y riguroso trabajo, que el “federalismo popular presentaría candidatos obreros y socialistas para diferentes cargos públicos”28, muchos de ellos internacionalistas, y a pesar de las críticas de la FRE a las candidaturas obreras. Y que obtuvieron resultados significativos, al menos en Andalucía, en ayuntamientos y diputaciones provinciales. Sin embargo, les fue vetado el acceso a la Asamblea Constituyente por el republicanismo conservador. Los Castelar, Salmerón, Maisonnave… aprovecharon el retraimiento del resto de partidos para obtener una holgada mayoría, justó allí donde el federalismo tenía menos implantación y las bases difícilmente podían intervenir.

A la postre, los comicios resultaron ser un nuevo desencuentro entre el republicanismo y el internacionalismo, un peldaño más camino del apoliticismo y el antiestatismo. Elorza apunta al “rápido desgaste del liderazgo republicano en 1868-1869, utilizando a los trabajadores como base de maniobra para sus intentos insurreccionales”29, siguiendo a Termes, quien señalaba que en “la frecuente intervención de las autoridades en las cuestiones laborales, su actuación siempre [fue] parcial y siempre favorable a los propietarios”30. Para López Estudillo, al contrario, “desde los primeros días del nuevo régimen, el obrerismo se encuadró en el voluntariado para defender a la República”31 y la dirección bakuninista quedó aislada. Es, exactamente, la misma tesis que defendía, muy probablemente Mesa, desde La Emancipación:

“logrando que muchos de nuestros compañeros, que tienen horror natural a la inacción, a la muerte política, se echen en brazos del partido republicano burgués, figurando en sus clubs, formando en sus batallones y malgastando así unas fuerzas que debieran servir para la grande obra de la emancipación del proletariado”32.

Según esta última tesis, el terco abstencionismo de la FRE empujó a los obreros hacia el federalismo, dejando a la dirección clamando su apoliticismo en el desierto. Error que intentaron enmendar en el verano del 73 cuando las diferencias en el seno del Partido Republicano Democrático Federal se demostraron insostenibles. Este sería pues el motivo por el cual la Comisión federal, liderada por Severino Albarracín y Francisco Tomás, decidió implicarse en los preparativos del movimiento cantonalista. Supeditados a los intereses de los republicanos federales intransigentes, los aliancistas participarían de una disputa política en condiciones muy precarias y en contra de los intereses del proletariado. Llegados a este punto, no está claro si Engels les reprochaba su acción o su tímida decisión. Si era partidario de aprovechar el contexto para hacerse con el poder o si su consejo hubiese sido reforzar el gobierno de Pi i Margall.

Pero lo cierto es que la situación de los marxistas era todavía más precaria (La Emancipación dejó de publicarse en abril por falta de recursos), que también Pablo Iglesias y José Mesa entablaron contactos con los intransigentes federales desde el primer semestre de 1872 y que, incluso los marxistas participaron tanto en la primera como en la segunda Junta Revolucionaria del Cantón Valencia33.

Sin embargo, el 14 de julio, la comisión aliancista negó ninguna participación en las luchas de partidos políticos. Ni participación en luchas ajenas, ni complots, como insinuaban “esas débiles y calenturientas imaginaciones que sueñan con conspiraciones y levantamientos internacionalistas”34. Que el movimiento cantonal y la insurrección internacionalista de Alcoi coincidiesen en el tiempo, según sus líderes, fue azaroso. El Bulletin de la Fédération Jurassienne (17 de agosto de 1873) incluso rectificaba sus primeras informaciones: “Sur deux points seulement l’Internationale y a pris une part active. C’est à Alcoy et à San Lucar de Barrameda (près Cadix)”. Pero,

“en Cartagena, en Valencia, en Sevilla, en Granada, etc., la insurrección ha sido obra, no de los obreros socialistas, sino de los jefes militares o políticos que han tratado de explotar con un fin de ambición personal la idea de la autonomía del cantón o del municipio”35.

Aunque La Solidarité Revolutionnaire (4 de agosto), publicada en Barcelona por exiliados franceses, enumeraba compañeros involucrados en todos esos cantones y en algunos otros. Se convierte en una obsesión para la Comisión desligarse del movimiento cantonal. En una carta dirigida a la Federación de los Estados Unidos, en septiembre de 1873 y, de manera taxativa, les advierte: “El movimiento de Alcoy ha sido un movimiento puramente obrero, socialista revolucionario. El movimiento de Cartagena es puramente político y burgués”36.

Aun así, aunque la colaboración fue innegable, el acuerdo previo y global es más difícil de demostrar. La tesis de López Estudillo37 es que la lectura de Albarracín, Tomás y compañía, a posteriori, respondió a la estrategia de frenar el movimiento tras comprobar el fracaso en Alcoi, pero existía un compromiso anterior que no pudieron detener. Max Nettlau ya apuntó esta hipótesis al explicar que Puchades se desplazó desde Valencia “para convenir un plan insurreccional con la Comisión federal”38 y que, tras ser descartado en la capital, se trasladó a Alcoi. Las palabras del líder de la FRE, sin embargo, no dan a entender esto. Albarracín mandó una carta al Consejo local de Valencia, fechada en Alcoi el 8 de julio, para disculparse porque “esta Comisión se ve completamente imposibilitada (…) para ayudaros (…)” dado que la federación alcoyana “acordó declarar una huelga general de todos los oficios y al efecto hoy 8 se ha iniciado con mucho entusiasmo y decididos á vencer de cualquier modo”39. Este descargo parece negar la existencia de un acuerdo previo.

Todo apunta a que “el levantamiento obrero más importante del siglo XIX”40 tuvo una dinámica singular, derivada de una prolongada disputa con la burguesía industrial local. Por supuesto, enmarcada en un contexto más amplio que no le fue ajeno. Una insurrección donde “por primera vez, un grupo que no pertenecía ni a la Iglesia, ni al ejército, ni a la clase media, se había manifestado como revolucionario”41.

Precaria industrialización

También Engels otorgó a la Revolución del “Petrólio” de Alcoi, tal y como la bautizaron sus contemporáneos locales, un trato diferencial, dedicándole la mayor parte de su diatriba: “Esa fue la primera batalla callejera de la Alianza. Al frente de 5.000 hombres, se batió durante veinte horas contra 32 guardias”. El filósofo y revolucionario alemán se burló de la estrategia bakuninista, calificándola de cínica al comparar a Severino Albarracín, líder de la revuelta, con el personaje shakesperiano cobarde por excelencia: “Se conoce que la Alianza inculca a sus iniciados aquella sabia sentencia de Falstaff de que ‘el mayor mérito de la valentía es la prudencia’”42.

Pero no adelantemos el desenlace. El coautor del Manifiesto del Partido Comunista describió el escenario de una ciudad de reciente industrialización, donde el movimiento socialista había aterrizado apenas un año antes. Uno de esos lugares rezagados en el que, de la noche a la mañana, se afiliaban rápidamente un gran número de obreros. La dirección de la FRE eligió para instalarse, por tanto, a un proletariado maleable sobre el que influir, desprovisto de experiencias de lucha obrera.

Caprichos de la historia, el análisis marxista coincidió con las valoraciones más reaccionarias. Según esta lectura, los culpables fueron agentes ajenos a la realidad de la ciudad que engañaron a los huelguistas. Los concentrados frente al Ayuntamiento fueron embaucados por Albarracín (edetano) y Tomás (mallorquín) para hacerles creer que el alcalde, Agustín Albors, rechazaba sus demandas laborales, cuando en realidad se resistía a ceder el poder obtenido en las urnas43.

Pero no es cierto: “In more local contexts, we can observe the existence of ‘small industrial revolutions’ in places very far from England or Belgium”44. No vamos a juzgar el desconocimiento de Engels en la época, cuando la historiografía clásica siguió desdeñando estos procesos de pequeñas revoluciones industriales fuera de su irradiación geográfica inicial. Sin embargo, sería imperdonable ceñirnos a este análisis preconcebido, cuando conocemos que en poblaciones como Alcoi el origen de la manufactura se remonta al siglo XIV. Incluso tenemos noticias de la lucha de los trabajadores asalariados en busca de mejores retribuciones: “La primera huelga conocida en la manufactura alcoyana, iniciada el 11 de octubre de 1610 con la pretensión de un aumento salarial y finalizada tan solo 4 días después con éxito para las pretensiones de los tejedores”45.

Avancemos en el tiempo. El largo proceso de industrialización en Alcoi recibió el espaldarazo definitivo tras el conflicto napoleónico. Camino del sistema fabril, para superar el putting-out system, la Real Fábrica de Paños adquirió unas máquinas de hilar y cardar, “empezando a funcionar en enero de 1819, instalándose 28 juegos de máquinas completos desde esta fecha hasta 1823”46. La decisión se justificó por los fraudes que realizaban estos trabajadores en sus casas, mediante el robo de materia prima, con la consiguiente pérdida de calidad de los productos elaborados. Un claro ejemplo del uso de la fábrica como instrumento de control social más que como elemento de innovación tecnológica: “La principal razón que impulsaría la mecanización seria la necesidad de encontrar tecnologías que permitiesen la concentración de los procesos de trabajo y, por lo tanto, su control de manera más eficiente –para el fabricante, por supuesto”47.

La introducción de nueva maquinaria provocó las primeras revueltas: “The machines purchased in Bilbao in June 1818 were finally deemed suitable, which is shown by the violent Luddite reaction of 1821 and its defeat”48. En marzo de 1821, más de 1.200 obreros se abatieron sobre 16 máquinas situadas en el exterior de la ciudad y sólo aceptaron retirarse cuando el alcalde prometió desmontar las máquinas del interior. Los hechos tuvieron una gran repercusión y fueron debatidos en las Cortes49. Esta resistencia luddita impulsó todavía más la mecanización, en un intento empresarial por romper su dependencia de una mano de obra cada vez menos dócil. En 1823, quinientos hombres marcharon hacia Alcoi con el mismo propósito, produciéndose a la entrada de la ciudad un enfrentamiento con el ejército. Tenemos noticias de rumores y escaramuzas similares hasta 184450.

El sistema de factoría quedó sólidamente establecido entre 1850 y 1860, con la sustitución del huso manual por el mecánico. La burguesía local propició la mejora de las comunicaciones, acometió el problema de la escasez de energía, se optimizó el entramado financiero y se acometieron reformas urbanísticas51. Esta fase del desarrollo industrial, comportaría un cambio significativo en las formas de protesta obrera. La violencia se atenúa y se incrementa la progresiva organización de los trabajadores. La orientación de las reivindicaciones tiende a moderar las pretensiones inmediatas y a radicalizar sus objetivos últimos. Movilizaciones contra los impuestos de consumos o contra las quintas, manifestaciones y paros parciales en demanda de aumentos salariales.

Tenemos constancia de una huelga de tejedores e hiladores en noviembre de 1840, disturbios contra los impuestos de consumo en 1854, paros aislados en 1855 y de tejedores de algodón en 1856, y una importante huelga general en mayo del mismo año. El despertar de la conciencia de clase del proletariado alcoyano era ya un hecho y 1.200 obreros firmaron la “Exposición presentada por la clase obrera a las Cortes Constituyentes”, redactada por Pi i Margall. El descontento no aminoró. Los alborotos prosiguieron y la casa consistorial de Alcoi fue apedreada en enero de 1870 en el momento del sorteo de las quintas52.

La culminación de este proceso de toma de conciencia y politización, fue la afiliación masiva a la sección española de la Internacional y su adhesión a la corriente bakuninista. El 1870, miembros de la sociedad Mutua Protección de Tejedores de Alcoi, creada el año anterior, asistieron en el Congreso Obrero de Barcelona, donde entraron en contacto con representados de la AIT. La correspondencia entre unos y otros se inició inmediatamente, inaugurándose el centro de la federación local el primer domingo de septiembre de 1872. En aquellos momentos ya eran 1.200 los trabajadores de Alcoi afiliados a la AIT y a finales de año más de 2.000. Pronto se crearon secciones en pueblos vecinos (Cocentaina, Benilloba, Muro, Bocairent, Ibi y Tibi).

Articulada alrededor del ideario de la Internacional, la clase obrera alcoyana imprimió un nuevo rumbo a sus acciones de protesta. Entre 1871 y julio del 1873, las huelgas se incrementaron considerablemente y las reivindicaciones ya no se limitaban únicamente el aumento salarial, sino que alcanzarían también las condiciones laborales y la reducción de la jornada de trabajo. De diciembre de 1872 a enero de 1873 tuvo lugar en Córdoba el III Congreso de la Federación Española de la AIT, que acordó sustituir el Consejo federal por una Comisión federal de estadística y correspondencia, con menos atribución y con sede en Alcoi (por 23 votos de 39). La segunda federación local en importancia, tras Barcelona, con 11 secciones y 2.591 afiliados; en julio de 1873 serían más de 3.00053.

La AIT arraigó con fuerza en la ciudad. Un proceso que no puede explicarse únicamente por la labor de proselitismo de unos pocos. La distancia entre obreros y amos de las fábricas, lejos de menguar, se acrecentó. Años después, ante la Comisión de Reformas Sociales, el líder internacionalista José Seguí Valls, calculaba que el salario medio rondaba los 9 reales diarios y se requerían 14 para sobrevivir:

“Su vida es un conjunto de privaciones y tristeza; las fuerzas que pierde en el trabajo no pueden ser restablecidas; su sangre se empobrece; en una palabra, el obrero vive muriendo, viste mal, y aunque se le vea por lo general decente, en apariencia, pues las ropas que usa son de poco precio y sólo se sostienen a fuerza de cuidados y remiendos”54.

Y es que, la industrialización alcoyana se realizó en unas condiciones que acarreaba la sobreexplotación de la mano de obra. Salarios inferiores al nivel de subsistencia y jornadas laborales eternas. La competencia comercial de Cataluña y del resto de Europa; la falta de materias primas a un precio asequible y las dificultades de comunicación, por una realidad orográfica peculiar; convencieron a los empresarios que la única posibilidad de sus manufacturas pasaba por someter a los trabajadores hasta extenuarlos.

En la década de los setenta del ochocientos, tejedores, papeleros y zapateros trabajaban diariamente doce horas; diez los del metal, carpinteros y obreros de la construcción y entre dieciséis y dieciocho los obreros del textil. La mano de obra femenina era fundamental en el proceso de fabricación de la pañería y en la industria papelera (en la elaboración de libretos de fumar). Eran tareas que tanto podía realizar un hombre como una mujer, a juicio del empresario, pero con la salvedad que estas venían a ganar una tercera parte. Los niños se incorporaban al trabajo a temprana edad, a los seis años los niños y a los ocho las niñas; pero las horas de trabajo eran las mismas que las de sus mayores, puesto que su tarea era auxiliar, y su salario una cuarta o quinta parte.

El salario familiar no llegaba para cubrir las necesidades más perentorias y eso cuando cobraban. Las sequías o las crisis de producción obligaban al paro forzoso a miles de trabajadores. Lo mismo sucedía cuando enfermaban. Y había que hacer frente a los impuestos, que eran desorbitados según una memoria del Ayuntamiento: “Las contribuciones indirectas y en especial las de consumos, afligen de una manera desconsoladora a las clases obreras” porque “Alcoy paga más impuestos que Madrid o Barcelona”55.

En las fábricas y talleres los espacios eran muy reducidos, mal ventilados, sobre todo en la industria papelera, y con excesiva humedad. Los accidentes laborales eran frecuentes, en especial entre los niños, vencidos por el cansancio y el sueño. Y cuando la jornada laboral acababa, vuelta a un hogar que no merecía tal nombre. Las características de Alcoi determinaron su crecimiento en altura. Las antiguas casas preindustriales se convirtieron rápidamente en edificios de viviendas de alquiler por piezas, donde los trabajadores vivían hacinados y en un medio insalubre. Los barrios obreros alcanzaban densidades de 2.000 y 2.500 habitantes por hectárea, en contraste con los 800 que presentaban las calles burguesas. Para ubicar al mayor número de personas, el arrendatario compartimentaba el inmueble al máximo, cosa que implicaba que una aglomeración de 15 o 20 personas dispusiese de una única letrina:

“Según el censo de 1868 constaba la población de 28 á 29.000 habitantes, correspondiendo á cada uno 11,71 metros de superficie, mientras que en Madrid disfruta cada persona cerca de 29 metros (…). En los barrios extremos y entre las clases pobres se hallan hacinadas las familias, habiendo casa en que se albergan 31 más ó ménos numerosas para una superficie de 160 metros”56.

En cuanto a la alimentación, su base la constituían el pan de maíz y los productos vegetales, a los que se añadían pequeñas cantidades de salazón, porque pasaban meses sin probar la carne, especialmente la roja. En cambio, el consumo de alcohol era elevado. No hace falta mucha imaginación para darse cuenta de las dificultades de los obreros. Tantas que no tenían más remedio que empeñar las prendas mejor conservadas, colchones, sábanas, enaguas, pañales cucharas, tenedores… a usureros que cobraban unos intereses anuales de entre el 50 y el 80%.

Sólo así se explica el éxito del bakuninismo que preconizaba una sociedad donde “no habrá ni papas, ni reyes, ni burgueses, ni curas, ni militares, ni abogados, ni jueces, ni escritores, ni políticos; pero sí una libre federación universal de libres asociaciones obreras, agrícolas e industriales”57. No es que la propaganda operase el milagro en una población mayoritariamente analfabeta, aunque “la edición de obras de pensamiento o de contenido social encontraron un lector no muy extenso pero suficiente, fiel y renovado”58. El acierto de Fombuena, Albarracín y Francisco Tomás, fue enlazar la organización y su doctrina con la experiencia organizativa de unos trabajadores que acumulaban una larga historia de lucha. Desde la lejana resistencia luddita de 1821 hasta la huelga masiva de 1856, duramente reprimida por la Milicia Nacional, la toma de conciencia de clase fue ininterrumpida.

Sin embargo, estas duras condiciones de vida no explican por si solas el “Petrólio”. La insurrección internacionalista no fue un motín de subsistencia propio de una sociedad preindustrial. Tal y como sucedió en Gran Bretaña durante la primera fase de la Revolución industrial, los salarios reales y el consumo de alimentos aumentó ligeramente, pero estas mejoras no compensaron las peores condiciones labores sufridas, derivadas del modelo fabril, y las consecuencias derivadas de un urbanismo insalubre.

García Gómez ha estudiado59 como los salarios nominales, especialmente los industriales, crecieron significativamente entre 1869 y 1873, de 1’4 a 2,1 pesetas diarias. Incluso los precios dieron un respiro a las maltrechas economías domésticas de los obreros durante el Sexenio. Como consecuencia, los salarios reales (descontando el IPC) aumentaron e incluso ligeramente las calorías consumidas por persona, aunque lejos de las 2.000 diarias. Sin embargo, y son indicadores fundamentales, las defunciones aumentaron y la talla media en el momento del reclutamiento también menguó. La esperanza de vida apenas rebasaba los 30 años, la tasa de mortalidad infantil creció por encima del 150‰ y más del 50% de las muertes fueron provocadas directamente por enfermedades infecciosas fruto del mal estado de los alimentos, del agua contaminada o del aire irrespirable. La situación no era ningún secreto para cualquier testigo de la época mínimamente sensibilizado:

“Alcoy es un país en que la industria está muy desarrollada y los talleres y fábricas son muy numerosos. La población obrera vive allí aglomerada o, por lo menos, se reúne todos los días en lugares que nadie cuida de inspeccionar para higienizarlos. Que falta aire respirable ¡y qué le importa eso a nadie! Que hay niños de diez y doce años que trabajan tantas horas al día como años tienen de vida, tanto mejor; así aumentarán el haber de la familia”60.

Por tanto, la sublevación no fue la respuesta a los recortes salariales, los jornales habían mejorado, incluso la capacidad adquisitiva de los obreros. Sin embargo, las transformaciones urbanas derivadas de la industrialización empeoraron significativamente sus vidas: “La densidad de población y el hacinamiento aumentaron la propagación de enfermedades y el riesgo de muerte. A esto se uniría el duro trabajo en las fábricas, que también perjudicaría la calidad y cantidad de vida de los trabajadores”61. El “Petrólio” es la resistencia consciente a un modelo que engrosaba las cuentas capitalistas en detrimento de su salud. En un momento, además, que parecía propicio. Veamos.

En 1863 se introdujeron en la ciudad los primeros telares mecánicos. Hasta el momento el tisaje y el tintado habían quedado al margen del proceso de integración bajo el mismo techo que el resto de artes. Los tejedores disfrutaban de cierta flexibilidad, con trabajadores auxiliares a su cargo y al margen de los ritmos y controles de la fábrica. En el contexto de las duras condiciones descritas, podemos hablar de ciertos privilegios. Además, recordemos que el primer embate contra la industrialización, a principios de siglo, fue fruto del mecanizado del hilado y el cardado. Esta vez, los cambios culminarían con una mayor concentración de la propiedad. El uso de las máquinas de vapor, que remplazaron progresivamente a la energía hidráulica; la mecanización de procesos que habían quedado exentos hasta el momento; las transformaciones productivas y organizativas, y la desaparición de la atomización empresarial culminarán a principios del XX, tras doblegar las resistencias obreras62.

1873, por tanto, parecía un buen momento para consolidar las leves subidas salariales; arrancarle al empresariado, aún fragmentado, mejoras en las condiciones laborales, y al republicanismo en el poder progresos sociales: viviendas dignas, agua potable, alcantarillado, limitaciones al trabajo infantil, educación, sanidad…

A dog with a bad name”63

El “Petrólio” fue un ensordecedor estallido de rebeldía. Armados de nuevas esperanzas, no dudaron en empuñar las armas cuando las autoridades echaron mano de la fuerza. Años atrás hubiesen huido con los primeros disparos, pero esta vez estaban bien organizados. Para Engels, uno de esos “levantamientos aislados, irreflexivos y estúpidos”64, o no tanto. Según el informe remitido por la FRE al Congreso de Ginebra y firmado por Miguel Pino, de septiembre de 1873, en tan solo un año se habían logrado importantes triunfos en innumerables conflictos laborales. Entre ellos, se habían impuesto en dos huelgas en Alcoi, una en Benilloba, una en Cocentaina, dos en Enguera… la comarca era un hervidero.

De hecho, desde abril, los papeleros de una población cercana sostenían un enconado enfrentamiento con el propietario, en demanda de la jornada de ocho horas, aumento salarial y modestas mejoras de las condiciones laborales65. La convicción de los triunfos cosechados, la situación política, la creciente fuerza de la federación local y la solidaridad con los compañeros impulsaron la huelga general. En la asamblea del 7 de julio de 1873, en la plaza de toros, no todos estaban de acuerdo. Francisco Tomás, secretario del exterior de la Comisión federal de la FRE, consideraba “todo movimiento aislado como un movimiento prematuro que tiene pocas probabilidades de un resultado satisfactorio”66. Pero la predisposición a la insurrección era mayoritaria entre los dirigentes, empezando por Albarracín, y entre los trabajadores.

El informe de la Comisión, que Engels desgrana y puntualiza, coincide incluso con la crónica de Pi i Margall: “El movimiento de Alcoy tuvo por origen una cuestión industrial, una huelga. Tomó después carácter político por haber querido apoderarse los jornaleros de los cargos del municipio”67. Aunque el Presidente del Poder Ejecutivo de la República Española olvidó apuntar que el alcalde, Agustín Albors, conocido como Pelletes, intentó dispersar a los manifestantes a tiros68. Dieciséis víctimas mortales se cobró el enfrentamiento armado, tres amotinados y trece entre los defensores del consistorio. Tras la muerte del primer edil, la lucha cesó. En su informe a Ginebra la FRE celebró el triunfo:

“Les résultats du mouvement d’Alcoy ont été très favorables aux intérêts du peuple travailleur. Les 10, 11 et 12 juillet, tous ceux qui étaient sous les armes ont reçu 2 pesetas (2 fr.) par jour et une livre de pain, et, le samedi 12, les grévistes, hommes et femmes, qui se trouvaient au nombre de 10.000, reçurent le montant de leur semaine. Ensuite, tous les métiers, à fort peu d’exceptions près, obtinrent satisfaction pour leurs demandes”69.

Aunque las dos pesetas y el pedazo de pan les saldrían muy caros a la postre. Por mucho que se repita, no hubo plan preconcebido. La prueba está en que una vez abatidos los defensores y tomado el poder “the Federal Commission did not seem to have a clear idea as to what it should do next”70. Además de apagar los incendios y retribuir a los obreros en huelga con lo que habían obtenido de los rehenes, la labor del comité de salud pública se limitó a mandar comisiones para parlamentar con el general Velarde. Este, tras prometer una amnistía, entró en la ciudad sin encontrar resistencia.

Tampoco se produjo ninguna intervención extranjera, ni la manipulación de los incautos trabajadores locales por la mala fe de los líderes internacionalistas. Aunque un futuro ministro de Lerroux, nada menos que de Justicia, lo continuase creyendo a pies juntillas en 1914: “Abusando de la buena fe de los trabajadores que creían estar a las puertas del paraíso, pidieron la jornada de ocho horas y dos reales diarios de aumento”71. Por el contrario, existen pruebas en el sumario de la actitud moderada y conciliadora de Albarracín, declaraciones que no parten precisamente de sus compañeros. A las puertas de la huelga general, cuando un tal Vilaplana fue violentado en la asamblea de trabajadores acusado de soplón y amenazado con ser fusilado, Albarracín se interpuso ante la posible agresión para impedir que la situación pasara a mayores. También conservamos testimonios de víctimas que fueron socorridas cuando intentaron quemar sus viviendas. Un testigo de la acusación relató que cuando salió a la calle a pedir auxilio porque ardía la puerta de su casa, fue el jefe Albarracín quien se acercó personalmente a protegerle72.

En realidad, en una ciudad de tamaño medio, a la fuerza debían conocerse casi todos y no es difícil encontrar alegatos sorprendentes, de padres que fueron rehenes de los internacionalistas mientras sus hijos participaban activamente en la insurrección. Un procesado reconoció en la barricada al hijo de un sujeto que Fombuena mandó conducir a la cárcel con anterioridad, el vástago también andaba en armas. O viviendas donde no requisaron dinero ni armas sencillamente porque el servicio intercedió por sus amos. Tras penetrar 10 o 12 hombres armados en la casa, la sirvienta les advirtió que su amo era bueno con los pobres y los insurrectos “se retiraron sin quitar cosa alguna ni hacer daño de otra clase”73.

Encontramos connivencia entre rehenes que pidieron a sus carceleros que fuesen a buscarles comida a casa o internacionalistas que procuraron la seguridad de sus vecinos ofreciéndoles un paso seguro a través de las barricadas que custodiaban. También el caso contrario, trabajadores que aprovecharon las circunstancias para atentar contra las propiedades de sus antiguos patronos, que les habían despedido. De manera distinta cabría interpretar la declaración del capitán de la guardia civil que intentó absolver al asaltante que le salvó la vida a cambio de un reloj de oro. Y más difíciles de explicar resultan las circunstancias por las que Tomás Maestre, número dos de Albors y nuevo alcalde tras la revuelta, contrató a varios de los principales acusados como guardias municipales, e incluso los mantuvo en el puesto cuando ya contaba con guardias civiles de refuerzo74.

Por otro lado, una proclama anarquista de 1914, firmada por “Los invencibles” y titulada “El 73 de Alcoy ACLARANDO”, en respuesta a la Vindicatoria de Albors de Botella Asensi, aseguraba que se acordó “por los fabricantes y la autoridad en reunión secreta, prepararse todos armados debidamente, a fin de obligar a los huelguistas por la fuerza a que volvieran al trabajo”75. Sin embargo, a la hora de la verdad prefirieron no intervenir. No aclararemos este extremo con los datos disponibles, pero no parece aventurado pensar que la opinión de los amos no fue unánime, la mayoría distantes políticamente del republicanismo de Pelletes, y se retrajeron tras comprobar la actitud amenazante de unos y otros.

Imaginamos que el telegrama firmado por los industriales pidiendo al general Velarde “encarecidamente indulto para todos, en cambio de la conducta noble y humanitaria del pueblo”76 fue dictado por los propios revoltosos. También es muy posible que fueran coaccionados para pedir al Gobierno clemencia, cuando culpaban al alcalde de haber hecho armas contra el pueblo trabajador que pedía pacíficamente su destitución. Pero no parece que la Internacional influyese en absoluto tiempo después, cuando algunos se desplazaron hasta Madrid para hacerle el mismo planteamiento al ejecutivo central. Una vez desaparecido el alcalde, el diputado valenciano Rafael Cervera certificó la buena armonía que existía entre las diferentes clases sociales.

Pero el triunfo resultó ser efímero. Cuando el contexto lo permitió, la burguesía planificó la venganza meticulosamente. El “Petrólio” fue un parteaguas en la historia del movimiento obrero español. La Internacional resistió sin hundirse la persecución de Salmerón y la más enérgica de Castelar, pero “cayó al fin, deshecha, en 1874, a los golpes de la oligarquía militar que derribó a la República”77. La dictadura de Serrano ilegalizó por decreto la Federación el 10 de enero, en abril del 74 la disolución era completa. Y aunque la estrategia legalista siguió siendo mayoritaria en el seno del movimiento, la dura represión y la clandestinidad dio pie a capítulos de represalias individuales78. La experiencia, sin duda, marcó al anarquismo patrio en las décadas venideras, incluso más allá de los años de ilegalidad y su vuelta a la luz, en 1881. El esquema de acción, represión, clandestinidad y los lazos de solidaridad que ello conllevaba se repitieron cíclicamente durante toda la Restauración.

También supone la divisoria para la historia del liberalismo con la caída del gobierno de Pi i Margall y la sentencia definitiva de la República. Momentos de transición, en palabras del fugaz presidente79. Castelar rompió con Pi i Margall en su búsqueda de una República “ya ‘curada de utopías’ que la llevaban ‘al desorden y a la anarquía’. La utopía federal era sinónimo de ‘anarquía’”80. Excede el objeto de este trabajo entrar en las disputas republicanas que convencieron a una parte de los antiguos federales en fervientes defensores del orden y el centralismo:

“Y vino otro [Castelar] que (…) puso a los tres meses atada de pies y manos la República a las plantas de un soldado. Con qué júbilo, con qué fruición no leían aquellos gobiernos en las Cortes los telegramas en que se les daba cuenta de las victorias obtenidas sobre los pueblos insurrectos (…) sin advertir que cantaban los funerales de la República”81.

Pero nos interesa el devenir y el debate en el seno del movimiento obrero. Se inaugura con la represión a la insurrección alcoyana una lucha de clases que desembocará, con el tiempo, en mayores tragedias. No es que antes no se hubiesen aplacado con dureza las protestas obreras, pero en esta ocasión se fue mucho más allá. En Alcoi fueron acusados el diez por ciento de los trabajadores en huelga y encausados por sedición casi la mitad de ellos. Los salarios descendieron un veinte por ciento en diez años, los reos padecieron hasta 14 años de reclusión y, sin embargo, la sentencia fue absolutoria:

“El gobierno solo durante tres meses cumplió con su compromiso de no perseguir a ningún trabajador que hubiese tomado parte en aquellos sucesos, pero durante el mando del aristócrata Castelar, empezaron las prisiones encarcelando a más de 300 obreros, víctimas de las delaciones burguesas, siendo muchos de ellos atados codo con codo y conducidos al castillo de Alicante”82.

Francisco Tomás Oliver, dirigente de la FRE y lugarteniente de Albarracín, dejó escrita la primera historia del anarquismo español: “Del nacimiento de las ideas anárquico-colectivistas en España”. Texto publicado primero en La Revista Social (a partir del 27 de diciembre de 1883) y diez años después como folleto por la editorial Biblioteca El Corsario de A Coruña. Jaume Terrassa prologó y recuperó este texto83 que Josep Termes creía desaparecido y del que teníamos referencias a través de La ideología política del anarquismo español de José Álvarez Junco y de las obras de Max Nettlau. Recientemente, Pablo Calero ha reeditado en un interesante volumen la historia de Tomás, acompañada de la réplica de Pablo Iglesias. Pero lo cierto es que en su relato reprodujo, a grandes rasgos, el documento que redactó para publicar en la prensa anarquista doce años atrás. Eso sí, advirtió que la represión republicana fue más cruenta que la ejercida por la monarquía restaurada con la excusa de la Mano Negra: “Las últimas noticias recibidas de Alcoy son una prueba de que la burguesía que suprimió en público el Tribunal de la Inquisición, continúa sosteniéndolo secretamente”84.

Más allá de esta hoya valenciana, se deportó de forma masiva a grupos de militantes a colonias en las antípodas. En otras ocasiones, los mismos obreros huyeron de la represión al exilio. Por cierto, según le contó Errico Malatesta a Nettlau, en otoño de 1875 fue protagonista de una divertida anécdota cuando intentó evadir de la cárcel de Cádiz a Charles Alerini. A Errico “se le dejó entrar en la prisión tan fácilmente como en un hotel”85 y allí pasaba las horas en compañía de presos, también algunos de Alcoi, pero Alerini prefirió permanecer recluido. No sabemos si es una invención de Malatesta, una licencia de Nettlau o realmente hubo presos alcoyanos en la cárcel de Cádiz, en la misma en la que estuvo Albors en 1867.

Había que cortar de raíz el virus de la insurrección, las culpables eran las malas doctrinas. Ninguna responsabilidad tuvo el alcalde republicano y exdiputado constituyente, que no dudó un segundo en blandir su arma para defender los privilegios de su casta, antes que mediar en las modestas demandas laborales de los obreros. La prensa de la época abundó en el tema. Los petroleros aparecen y aquí y allá, en Cartagena, en Cádiz, en Cuenca, en Albacete… cualquier fechoría que se preciase debía contar con la participación inexcusable de los alcoyanos. La entrada pacífica de las tropas en la ciudad fue una transacción vergonzosa que permitió “la huida a 500 sublevados, que ahora marchan a Cartagena”86.

Investido desde el día 19 de julio como ministro de Gobernación en el ejecutivo de Nicolás Salmerón, Eleuterio Maisonnave siguió con su estrategia de desacreditar a sus oponentes con Alcoi como estandarte. En Albacete, un diputado que viajaba de la mano con el jefe de los incendiarios de Alcoi “ha querido sublevar y sobornar al regimiento de Zamora al grito de ‘viva la independencia’”87. En un conflicto laboral en Cádiz “300 hombres armados, procedentes la mayor parte de los petroleros de Alcoy, se posesionaron de la fábrica”88. Y cuando los carlistas entraron en Cuenca a final de mes “entre los zuavos que forman el batallón predilecto de doña Blanca, iban (…) varios fugitivos de Alcoy”89.

Alcoi permitió a un sector del republicanismo, camino del conservadurismo, renunciar al federalismo sin mayores explicaciones y a los intransigentes “hacer de los internacionalistas cabeza de turco de sus propios errores”90. La represión estaba totalmente justificada, también contra los cantones, porque “la insurrección se ha convertido en internacionalista, separatista y antiespañola”91 por lo que se veían obligados a declarar la “guerra a la internacional”92.

Colonizada por Bakunin”93

A la muerte de Engels (1895), y a modo de elogioso obituario, Lenin destacó su advertencia frente a los soñadores que pretendían inventar el socialismo94. Una clara alusión a sus competidores ácratas, que lo eran en aquel momento, ¡y de qué manera! Aunque lo dejaron de ser pronto en la mayor parte de Europa, pero no en España. El viejo debate sobre la persistencia del movimiento libertario español también parte, como no, de aquel lejano análisis de Los bakuninistas:

“España es un país muy atrasado industrialmente y por lo tanto no pude hablarse aun de una emancipación inmediata y completa de la clase obrera. Antes de eso, España tiene que pasar por varias etapas previas de desarrollo y quitar de en medio toda una serie de obstáculos. La República brindaba la ocasión para acortar en lo posible estas etapas y para barrer esos obstáculos. Pero esta acción solo podía aprovecharse mediante la intervención política activa de la clase obrara española”95.

En el fondo, lo que trasluce el incisivo análisis de Engels es un intento por explicar el poco peso del marxismo en el movimiento obrero español de los primeros tiempos. La débil y localizada industrialización, la inexperiencia del asociacionismo o, incluso, el origen republicano y pequeñoburgués de los primeros cuadros y su debilidad teórica, definieron esta singularidad.

La historiografía, y la literatura, ha analizado muchas veces el movimiento anarquista español desde esta óptica preconcebida. Como intentando reencontrar al guerrillero romántico de la guerra napoleónica: individualista, idealista y violento. Para John Dos Passos “España es la patria clásica del anarquista”, un Don Quijote moderno decidido en su cuerda locura a liberar oprimidos, aunque sea lanzando una bomba en el Liceo, para “hacer el último gesto heroico y consiguiendo sólo un inútil destrozo de vidas humanas”96.

Si Fanelli tuvo más fortuna que Lafargue en la carrera por captar adeptos a su causa fue, sencillamente, porque “había un tipo de revolucionario español cuyo entusiasmo no podían despertar la doctrina marxista ni la táctica gradualista”97. Raymond Carr no encontró otra lógica para explicar aquella mística de la violencia y un supuesto culto del superhombre revolucionario, mezcla de Nietzsche y San Juan de la Cruz. Porque a pesar de su ateísmo, y sin saberlo ni pretenderlo, el anarquismo era una manifestación más del fanatismo religioso que caracterizaba España. Por ejemplo, Fermín Salvochea, que llegó a ser alcalde de Cádiz y presidente de su cantón, no fue más que un “apóstol de la idea”, un “santo del movimiento” y un “Cristo del anarquismo”98.

El antropólogo Manuel Delgado bautizó como La ira sagrada99 al movimiento anticlerical que explotó en la Guerra Civil pero que venía anunciándose desde la Semana Trágica, incluso en el siglo XIX. Una expresión tardía del movimiento protestante, dice, que no pudo ser en el siglo XVI. Y no es un análisis, ni mucho menos, aislado. Juan Avilés lo achaca a que “vivían en una atmósfera impregnada de religiosidad tradicional”100. Gerald Brenan lo describió como el fervor de un “ingenuo milenarismo”101 secular. Un “sueño intransigente y lunático”102 que arraigó en España, por su aislamiento cultural, directamente con sus raíces arcaicas, decía Carr, propio de Rebeldes primitivos103, apostillaba Hobsbawm.

No es mi intención, ni mucho menos, caricaturizar estos análisis. De hecho, parece evidente que en la formación del movimiento obrero español existen razones culturales e históricas que explican la desproporción del peso del anarquismo y el marxismo con relación a otros países. Pero, en cierta manera, no hacen más que reproducir prejuicios que se aplican al conjunto de la sociedad española del ochocientos: antimoderinidad, arcaísmo, fanatismo, quijotismo, hidalguía, violencia…

Aun así, convendría no exagerar. Sobre todo porque, tal y como advierte Julián Casanova, en realidad el fenómeno no fue ni extraordinario ni excepcional104, al menos hasta la consolidación de la CNT. Vuelvo al relato que nos ocupa. Más allá del combate ideológico, la crítica marxista al papel de los aliancistas en el verano de 1873 partía de errores propios del desconocimiento de una realidad lejana.

En primer lugar, a estas alturas existe cierto consenso sobre la composición mayoritariamente industrial del proletariado organizado alrededor de la AIT en los primeros años. En Barcelona, sin duda, y en Alcoi, pero también en Andalucía el peso de los trabajadores urbanos era significativo. Aunque es cierto que, tras el paso por la clandestinidad, cuando se legaliza la Federación de Trabajadores de la Región Española en 1881, la masiva afluencia de trabajadores del campo, especialmente andaluz, cambiará el equilibrio inicial. Otra cosa muy distinta, que requeriría de un análisis más sosegado, sería discernir si el perfil de estos operarios industriales se correspondería con el del antiguo artesano amenazado por el sistema fabril. Tejedores, como por ejemplo en el caso de Alcoi, que gozaban de cierta independencia en los ritmos de producción e incluso cierto poder de decisión. Oficios que paulatinamente eran recluidos bajo el mismo techo que el resto de la cadena y despojados de autonomía, mecanización mediante, en perjuicio de sus salarios y su capacidad de negociación.

Del mismo modo, tampoco es baladí apuntar el fragmentado entramado empresarial propio de esa industrialización incipiente del último tercio del XIX105. Tampoco parece descabellado sostener que la flexibilidad de colectivismo supo aclimatarse mejor que el marxismo a esta realidad. Pero sea como fuere, Engels no supo ver que existía en algunas partes de España (de manera muy dispersa, eso sí) un proletariado que había madurado hasta lograr un modelo sindical útil. Que no nació de la noche a la mañana en localidades de industrialización tardía. Al contrario, las experiencias en conflictos previos les dotaron de poderosos instrumentos de intervención.

Además, era una clase obrera desengañada de la pugna política. El discurso moderado, basado en arrebatar mejoras laborales a través de las elecciones, difícilmente podía encontrar abono en la España del Sexenio. Ni el programa de reformas de Pi i Margall, ni las aventuras intransigentes, ni siquiera las promesas de un partido obrero tenían visos de prosperar ante la ofensiva conservadora que se avecinaba. Las experiencias previas les aconsejaban confiar únicamente en sus propias fuerzas. El mensaje de Engels, Iglesias y Mesa no pudo abrirse camino en semejante contexto.

Por supuesto, existieron contactos y encuentros con los intransigentes federales a las puertas de la insurrección cantonal. Pero la huelga general en Alcoi respondió a dinámicas propias. Por un lado, derivadas de un conflicto laboral persistentes, no lo olvidemos, en medio de la crisis económica y el ajuste productivo. Y, por otro, fruto de los aparentes triunfos parciales que venían reproduciéndose tras la irrupción de la AIT. En ningún lugar estaba escrito, que la huelga derivaría en rebelión. Otorgar a Severino Albarracín, a Francisco Tomás y al resto de líderes la capacidad de vislumbrar un conflicto armado es harto arriesgado. Las armas que usaron fueron arrebatadas a los burgueses atemorizados o provenían del voluntariado republicano, que optó en masa por la insurrección ante la obstinación del alcalde. Que esta vez estaban dispuestos a llegar más lejos, lo hemos visto. Y que la bravuconada del alcalde republicano iba a tener una respuesta proporcionada, quizás sólo lo dudó el propio Agustín Albors.

El desenlace bien pudo ser otro. Pero la burguesía, al margen de idearios, se alineó sin titubear frente al envite: “Renunció a sus pretensiones de reforma ante el espectro de la revuelta del proletariado”106. Entre los rehenes de la revuelta había carlistas, alfonsinos, radicales y republicanos, por cierto, también intransigentes. Y cuando lograron retomar el control tres meses después, manu militari mediante, conspiraron junto a jueces, generales, gobernadores civil y ministros de gobernación de todo pelaje para asestar un golpe, que creyeron definitivo, al movimiento obrero. Porque la represión posterior sí fue, sin lugar a dudas, excepcional y extraordinaria.

Quizás aquí sí encontremos algunas claves. La justicia ciega, la acción policial indiscriminada, el uso de la fuerza militar contra la población, las largas condenas y las torturas explican también la inquebrantable voluntad de los militantes anónimos: “Todos y cada uno de los números de la Guardia Civil se convirtieron en promotores del anarquismo”107. Y, junto a los tormentos, la solidaridad que los años de cárcel y las luchas sellaron entre ellos. Los presos recibieron siempre el apoyo, también económico, de sus compañeros. La organización, a la sombra o a la luz del día, nunca languideció. Y, más allá de debates teóricos y disputas entre sus líderes, los trabajadores identificaron a sus aliados entre quienes sufrían sus mismas privaciones. Alejados, como no podía ser de otra manera, de manejos políticos que, y más bajo la Restauración, difícilmente les serían propicios.

Vuelvo a Fernández Buey. Si pretendemos un diálogo sincero, deberíamos huir de las viejas trincheras políticas y apolíticas o, si se prefiere, autoritarias y antiautoritarias. Urge un debate, como mínimo historiográfico, desprovisto de apriorismos. Cuando aterrizó la AIT por estos lares, lo hizo cargada de disputas ajenas. Marxistas y anarquistas se enzarzaron en una dura pugna por hegemonizar un movimiento pujante, aunque territorialmente disperso, que enraizó en situaciones muy diversas. Pero los argumentos de Engels sobre el atraso industrial no se sostienen, allí donde la explotación industrial había generado un proletariado combativo, y organizado, los marxistas tampoco lograron imponerse.

Las diferencias, a la vista de las acusaciones cruzadas, poco tenían que ver con el análisis sosegado de la realidad. Y son más propias de luchas faccionales por hacerse con el control que de diferencias insalvables en los proyectos emancipatorios. La colaboración era viable, entre otras cosas, porque el margen de maniobra era muy estrecho. La creación y consolidación de un partido obrero en aquel contexto, tal y como pretendía Engels, habría encontrado barreras infranqueables. La Primera República no llegó a consolidar la democracia, la Internacional siempre estuvo bajo sospecha y su legalidad fue precaria. Los ecos de la Comuna resonaban en los tímpanos de una burguesía atemorizada, que rápidamente cambió de alianzas.

La impaciencia revolucionaria no privó a la República de bases obreras para hacer frente a la reacción. Esta tesis, en realidad, asemeja una traslación extemporánea de apasionados debates militantes posteriores, propios del siglo XX. El veto de la Comisión federal no impidió las candidaturas obreras, fueron los próceres republicanos quienes bloquearon su llegada a las Cortes. El republicanismo no atendió, ni siquiera el intransigente, las modestas demandas laborales, porque su proyecto (con algunas ilustres excepciones) era otro bien distinto. La pugna entre oligarquías, y sus diferentes intereses económicos, derribó la monarquía isabelina. Pero la irrupción del movimiento obrero convenció a industriales y terratenientes; a librecambistas y proteccionistas; a alfonsinos, republicanos y carlistas, de la necesidad de aparcar sus diferencias para frenar al enemigo común. La historia social no debe “ignorar la relación entre los ritmos cambiantes de la alta política institucionalizada y los impulsos de la protesta popular”108, y aquí encontramos algunas de las claves.

El gobierno de Pi i Margall difícilmente era sostenible, porque fue dinamitado desde su seno. Las esperanzas de Engels en las reformas gubernamentales se vieron pronto truncadas. Pero tampoco midieron sus fuerzas los líderes internacionalistas, que alentaron una insurrección que con el tiempo sería aplastada sin piedad. La mayoría de militantes, sin duda, se mantuvo al margen del debate ideológico. Sin embargo, es indudable que los Pellicer, Lorenzo, Morago, Albarracín, Fombuena y Tomás, entre otros, lograron construir un proyecto más sólido y como mínimo tan realista, o tan utópico, como el que pretendían Mesa e Iglesias. Su rápida adaptación a la clandestinidad109, y la solidaridad con los represaliados, esconde algunas de las claves de la hegemonía ácrata en las últimas décadas del siglo XIX. Cabría preguntarse si también más allá.

Diego L. Fernández Vilaplana

Profesor del IES Andreu Sempere de Alcoi

Doctorando en Historia por la Universitat d’Alcant

diego1873@yahoo.es


Artículo publicado originàriamente en Nuestra Historia, 14 (2022), pp. 11-32Otros artículos del autor sobre el tema: “La utopía en el banquillo de los acusados”, Disjuntiva, 1-1 (2020), pp. 66-86; “La infàmia d’Alcoi de 1873”, Eines, 29 (2021), pp. 62-75, y “El levantamiento obrero más importante del s. XIX”, en Mónica Moreno (coord.), Rafael Fernández y Rosa Ana Gutiérrez (eds.), Del siglo XIX al XXI: XIV Congreso de la AHC, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2019, pp. 67-80



NOTAS:

1 Francisco Fernández Buey, “Sobre marxismo y anarquismo”, El Viejo Topo, 25 de agosto de 2016 (a partir de la conferencia impartida el 24 de mayo de 2000 en el Ateneo de Barcelona), https://www.elviejotopo.com/topoexpress/sobre-marxismo-y-anarquismo/ (consulta: 8 de agosto de 2021).

2 Francisco Fernández Buey, Marx (sin ismos), Barcelona, El Viejo Topo, 2009.

3 “Francisco Fernández Buey” https://www.elviejotopo.com/autor/francisco-fernandez-buey/ (consulta: 8 de agosto de 2021).

4 Por citar una recopilación de obras, desde el punto de vista marxista, de los primeros tiempos: Karl Marx, Friedrich Engels y Vladimir I. Lenin, Acerca del anarquismo y el anarcosindicalismo, Moscú, Progreso, 1927.

5 Friedrich Engels, Los bakuninistas en acción, Madrid, Ciencia Nueva, 1968. Utilizo esta edición, traducción de la segunda edición que publicó Engels, Internationals aus dem Volksstaat (1871-1875), Berlín, 1894. En ella, el revolucionario alemán incluyó algunas notas históricas muy significativas, a modo de “Advertencia preliminar”. La primera versión apareció en el periódico Der Volksstaat, órgano de expresión del Partido Socialdemócrata Obrero de Alemania (SDAP), en sus ediciones del 31 de octubre y del 2 y 5 de noviembre de 1873 (números 105, 106 y 107).

6 Para profundizar en el tema, entre muchísimos otros, se puede consultar José Álvarez Junco, La ideología política del anarquismo español (1868-1910), Madrid, siglo XXI, 1976; Clara E. Lida, Anarquismo y Revolución en la España del XIX, Madrid, siglo XXI, 1972, o Josep Termes, Anarquismo y sindicalismo en España (1864-1881), Barcelona, Crítica, 1977.

7 Sobre el papel de Lafargue en España, en esta misma revista, Julián Vadillo Muñoz, “La importancia de Paul Lafargue en el obrerismo español”, Nuestra Historia, 11 (2021), pp. 243-248.

8 En primera persona Anselmo Lorenzo, El proletariado militante, Madrid, Solidaridad Obrera, 2005. Para el debate ideológico más próximo en el tiempo, por parte del marxismo, Juan José Morato, Historia de la Sección Española de la Internacional (1868-1874), Madrid, Fundación Largo Caballero, 2010 y, por parte del anarquismo, Max Nettlau, Miguel Bakunin, la Internacional y la Alianza en España (1868-1873), Madrid, La Piqueta, 1977.

9 F. Engels, Los bakuninistas, p. 9

10Josep Fontana, Historia de España. La época del liberalismo, vol. 6, Barcelona, Crítica, 2007, p. 354.

11 José Antonio Lacomba, “Reflexiones sobre el Sexenio Democrático: Revolución, Regionalismo y Cantonalismo”, Anales de Historia Contemporánea, 9 (1993), pp. 19-31.

12 J. A. Lacomba, “Reflexiones”, p. 20.

13 J. Fontana, La época del liberalismo., p. 367.

14 Antón Costas, Apogeo del liberalismo en «La Gloriosa». La reforma económica en el Sexenio Liberal (1868-1874). Madrid. Siglo XXI, 1988, p. 42.

15 La Correspondencia de España, 17 de enero de 1872.

16 Para hacernos una idea del personaje en su contexto Alistair Hennessy, La República Federal en España. Pi y Margall y el movimiento federal, 1868-1874, Barcelona, Catarata, 2010; Antoni Jutglar, Pi y Margall y el Federalismo español (2 volúmenes), Madrid, Taurus, 1875; Gumersindo Trujillo, Introducción al federalismo español. Ideología y fórmulas constitucionales. Madrid, Edicusa, 1967; Juan J. Trías, “Pi y Margall; entre el liberalismo social y el socialismo”, Historia y poder: Ideas, procesos y movimientos sociales, 6 (2001), pp. 91-120, y Antonio Elorza y Juan J. Trías, Federalismo y Reforma social en España (1840-1870), Madrid, Seminarios y Ediciones, 1975.

17 Carmen Pérez Roldán, “Pi y Margall en la I República”, Cuadernos republicanos, 49 (2002), pp. 97-112.

18 Y a pesar de la brevedad de su mandato, y del fracaso estrepitoso de su obra, Pi i Margall ha dejado una profunda huella en la historiografía, una benevolencia con la que ya le adornaron sus contemporáneos. Y aunque Azorín considerase inexplicable su actitud: “Hombre que desde el 54 venía predicando la federación y consagrando a ella todas sus energías, ¡permaneció inerte!” (José Martínez Ruiz ‘Azorín’, La Voluntad, Madrid, Castalia, 1988, p. 226), Blasco Ibáñez dejó escrito que nos encontramos ante “la figura más grandiosa y venerable del republicanismo federal” (Julián Toro, Poder político y conflictos sociales en la España de la Primera República: La dictadura del general Serrano, tesis doctoral, s. p. Madrid, Universidad Complutense, 2003, p. 290). Otros incluso llegaron a subirlo en los altares: “Un santo laico, pero un verdadero santo, es decir, un hombre superior en quien la bondad y el respeto a lo puro y a lo justo regía sus acciones y armonizaba toda su vida” (José Conangla, El profundo humanitarismo de Pi y Margall, La Habana, 1933, p. 29), aunque Pérez Galdós lo dejase en mero evangelizador: “El apóstol del federalismo, un hombre afectuoso, reposado, esclavo del método” (Benito Pérez Galdós, La Primera República: Episodios Nacionales, Madrid, Alianza, p. 45).

19 Gerald Brenan, El Laberinto español, Barcelona, Planeta, 2008, p. 234.

20 A. Lorenzo, El proletariado, p. 115.

21 AIT, Actas de los Consejos y Comisión Federal de la Región española (1870-1874), vol. II, Barcelona, UB, 1969, p. 55.

22 Josep Termes, “Correspondència de José Mesa a F. Engels (juliol de 1872 – març de 1873)”, Recerques, 17 (1985), pp. 163-184.

23 Jean-Louis Guereña, “Contribución a la biografía de José Mesa: de ‘La Emancipación’ a ‘L’Egalité’ (1873-1877)”. Estudios de Historia Social, 8-9 (1979): pp. 129-141.

24 Antonio Elorza, “Utopía y revolución en el movimiento anarquista español”, en Bert Hofmann, Pere Joan i Tous y Manfred Tietz (eds.), El anarquismo español y sus tradiciones culturales, Madrid, Iberoamericana, pp. 79-108.

25 AIT, Actas, vol. II, p. 93.

26 AIT, Actas, vol. II., p. 78.

27 José Antonio Piqueras Arenas, La revolución democrática (1868-1874). Cuestión social, colonialismo y grupos de presión, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1992, p. 647.

28 Antonio López Estudillo, Republicanismo y Anarquismo en Andalucía. Conflictividad Social Agraria y Crisis Finisecular (1868-1900), Córdoba, La Posada, 2001, p. 125.

29 A. Elorza, “Utopía y revolución”, p. 84.

30 J. Termes, Anarquismo, p. 62.

31 A. López Estudillo, Republicanismo, p. 186.

32 La Emancipación, 18 de marzo de 1873.

33 María Victoria Goberna Valencia, “El cantonalismo en el País Valenciano”, en Primer Congreso de Historia del País Valenciano. Edad Contemporánea, vol. 4, Valencia, UV, 1973, pp. 463-470.

34 A. Lorenzo, El proletariado, p. 135.

35 M. Nettlau, Miguel Bakunin, p. 76.

36 Carlos Seco Serrano, “Los Orígenes del Movimiento Obrero Español”. Anales de Historia Contemporánea, vol. 5 (1986), pp. 11-26.

37 A. López Estudillo, Republicanismo, p. 130.

38 Manuel Cerdà, Lucha de clases e industrialización. La formación de una conciencia de clase en una ciudad obrera del País Valencià (Alcoi: 1821-1873), Valencia, Almudín, 1980, p. 115.

39 AIT, Cartas, Comunicaciones y Circulares de la Comisión Federal de la Región española, V (mayo-octubre, 1873), Barcelona, UB, 1985, p. 134.

40 C. Lida, Anarquismo y revolución, p. 207.

41 G. Brenan, El Laberinto, p. 236.

42 F. Engels, Bakuninistas, p. 28.

43 Rafael Coloma, La revolución internacionalista alcoyana de 1873 (“El Petrolio”), Alicante, Instituto de Estudios Alicantinos, 1959, p. 45.

44 Lluís Torró, “Economic crises and industrialisation in Southern Europe: the Valencian cloth-making town of Alcoi (1600 and 1800)”, Revista de Historia Industrial, 80 (2020), pp. 85-117.

45 Lluís Torró, “Procedimientos técnicos y conflictividad gremial: el ancho de los peines de los telares alcoyanos (1590-1797)”, Revista de Historia Industrial, 25 (2004), pp. 165-181.

46 Ramón Molina Ferrero, “Las chimeneas de ladrillo en la circunscripción industrial de Alcoi”. Recerques del Museu d’Alcoi, 20 (2011), pp. 217-291.

47 Lluís Torró, “Los inicios de la mecanización de la industria lanera en Alcoi”, Revista de Historia Industrial, 6 (1994), pp. 133-141.

48 Ll. Torró, “Economic crises an industrialisation”, p. 106.

49 Manuel Cerdà, “Ludisme”. Debats, 13 (1985), pp. 5-14.

50 Antonio Revert, Primeros pasos del maquinismo en Alcoy. Sus consecuencias sociales, Alcoi, La Victoria, 1965.

51 Rafael Aracil y Màrius García Bonafé, Industrialització al País Valencia: el cas d’Alcoi, Valencia, Tres i Quatre, 1974, págs. 16-17.

52 Manuel Cerdà, “El Sexenio Revolucionario (1868-1873)”, en Francisco Moreno (coord.), Historia de l’Alcoià, el Comtat i la Foia de Castalla. Alicante. Editorial Prensa Alicantina, 1996, p. 557.

53 AIT, III Congreso Obrero dela Región Española, Córdoba, CNT, 2013.

54 Reformas Sociales, Información oral y escrita publicada entre 1889 y 1893, tomo IV, Madrid, Ministerio de Trabajo y Servicios Sociales, 1985, p. 42.

55 Citado en Àngel Beneito y Francesc Xavier Blay, “El procés d’industrialització a Alcoi i la revolta del Petroli”, en Isabel Clara Simó, Júlia, Valencia, Bromera, 2004, pp. 269-281.

56 Real Academia de Medicina, Anales, Madrid; Fundación M. Tello, 1879, p. 32.

57 A. Lorenzo, El proletariado, p. 115.

58 José Antonio Piqueras, “Cultura radical y socialismo en España, 1868-1914”, Signos históricos, 9 (2003), pp. 43-71.

59 José Joaquín García Gómez, “El nivel de vida de los trabajadores de Alcoy: salarios, nutrición y reforma sanitaria (1836-1913)”, IV Encuentro de la Asociación Española de Historia Económica, 2013.

60 Ricardo Revenga, La muerte en España: Un estudio estadístico sobre la mortalidad, Prensa de Madrid, Madrid, 1904; citada en J. J. García Gómez, “El nivel de vida”, p. 16.

61 José Joaquín García Gómez, “’Urban penalty’ en España: el caso de Alcoy (1857-1930)”, Revista de Historia Industrial, 63 (2016), pp. 49-78.

62 Para una descripción detallada del proceso de mecanización industrial y concentración empresarial es imprescindible consultar la obra de Joaquim Cuevas. Encontraremos una síntesis muy acertada en “Innovación técnica y estructura empresarial en la industria textil de Alcoi, 1820-1913”, Revista de Historia Industrial, 16 (1999), pp. 12-43.

63 The Times londinense publicó una larga crónica (16/7/1873) sobre los sucesos de Alcoi donde cargó duramente contra la Internacional: “They are the outlaws of European Society, pure political brigands, ready to fight in any place, at any moment, against any constituted authorities”. Al parecer, el refrán “give a dog a bad name, and hang it” era de uso corriente en el siglo XIX (no tanto en la actualidad), hasta el punto de dar nombre al capítulo 13 del tercer libro de la última novela publicada por Dickens (Our Mutual Friend, 1864-1865). Significa que la mala reputación precede a las dificultades y, sin duda, se acomoda a la perfección al relato de esta historia.

64 F. Engels, Los bakuninistas, p. 52.

65 Sobre este particular y sus derivadas judiciales: D. L. Fernández, “La utopía en el banquillo”, pp. 66-86.

66 M. Cerdà, Lucha de clases, p. 107.

67 Francesc Pi i Arsuaga y Francesc Pi i Margall, Historia de España en el siglo XIX. Sucesos políticos, económicos, sociales y artísticos, acaecidos durante el mismo. Detallada narración de sus acontecimientos y extenso juicio crítico de sus hombres, 8 vol., Barcelona, Miguel Seguí, 1902, p. 301.

68 Para profundizar en los hechos puede consultarse la comunicación que presenté al XIV Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea: D. L. Fernández, “El levantamiento obrero”, pp. 67-80.

69 “Informe de la Federación Regional Española en el Congreso Internacional de Ginerabra (1873)” en Clara E. Lida, Antecedentes y desarrollo del movimiento obrero español (1835.1888). Textos y documentos, Madrid, Siglo XXI, 1973, p. 388.

70 George Richard Esenwin, Anarchist Ideology and the Working-Class Movement in Spain, 1868-1898. Berkeley-Los Ángeles, University of California Press, 1989, p. 46.

71 Juan Botella Asensi, Vindicatoria de Albors, Alcoi, Fraternidad, 1914, p. 41.

72 “Ramo Principal”, 1873, Proceso insurrección internacionalista de 1873: 2541, AMA.

73 “Índice de cargos”, 1873, Proceso insurrección internacionalista de 1873: 2544, AMA.

74 “Indagatorias. Ramo 2”, 1873, Proceso insurrección internacionalista de 1873: 2547, AMA.

75 Francisco Verdú Pons, Del ludismo a la conciencia obrera (Alcoy, 1821-1873), Tesis de licenciatura, Universitat de València, 1978, p. 86.

76 El Imparcial, 14 de julio de 1873.

77 Juan Díaz del Moral, Historia de las agitaciones campesinas andaluzas, Madrid, Alianza, 1967, p. 88.

78 Incluso se llegó a teorizar sobre ello. La “propaganda por el hecho” fue una estrategia aprobada en el Congreso Anarquista de Londres de 1881, que Errico Malatesta venía defendiendo desde hacía años. Hablaban de manifestaciones, motines e insurrecciones, como complemento a la organización y la difusión de las ideas. Con el tiempo, una minoría reinterpretó la propuesta como una invitación a los atentados, especialmente magnicidios y regicidios. Sin embargo, los partidarios de la dinamita siempre fueron pocos, aislados y desacreditados por el movimiento libertario en su conjunto.

79 El Pensamiento Español, 12 de julio de 1873.

80 Jorge Vilches, “Contra la utopía. El origen del republicanismo conservador en España (1870-1880)”, Historia Contemporánea, 51 (2015), pp. 577-607.

81 Francesc Pi i Margall, El reinado de Amadeo de Saboya y la República de 1873. Madrid. Seminarios y Ediciones, 1979, p. 147.

82 Francisco Tomás, “Del nacimiento de las ideas anárquico-colectivistas en España”, en Juan Pablo Calero Delso, Anarquistas y marxistas en la primera internacional. Un debate entre Francisco Tomás y Pablo Iglesias, Mallorca, Calumnia Edicions, 2015, pp. 79-80.

83 Jaume Terrassa, “Francesc Tomàs i Oliver: Apunts històrics sobre anarco-sindicalisme”, Randa, 8 (1979), pp. 152-195.

84 A. Lorenzo, El proletariado, p. 211.

85 Max Nettlau, Errico Malatesta. La vida de un anarquista, Buenos Aires, La Protesta, 1923, p. 48.

86 El Pensamiento Español, 15 de julio de 1873.

87 El Imparcial, 23 de julio de 1873.

88 El Imparcial, 28 de agosto de 1873

89 El Imparcial, 26 de julio de 1873.

90 C. A. M. Hennessy, La República, p. 232.

91 La Igualdad, 26 de agosto de 1873.

92 La Andalucía, 3 de agosto de 1873.

93 Eric Hobsbawm, Revolucionarios, Barcelona, Crítica, 2000, p. 112.

94 Vladimir I. Lenin, Collected Words, vol. 2, Moscow, Progress Publishers, 1972, p. 19.

95 F. Engels, Los bakuninistas, p. 12.

96 John Dos Passos, Rocinante vuelve al camino, Madrid, Alfaguara, 2003, pp. 74-75.

97 Raymond Carr, España 1808-1975, Madrid, Ariel, 1970, p. 421.

98 Murray Bookchin, Los anarquistas españoles: los años heroicos (1868-1936), Barcelona, Grijalbo, 1980, p, 163.

99 Manuel Delgado, La ira sagrada: anticlericalismo, iconoclastia y antirritualismo en la España contemporánea. Barcelona, Humanidades, 1992.

100 Juan Avilés, La daga y la dinamita. Los anarquistas y el nacimiento del terrorismo, Barcelona, Tusquets, 2013, p. 346.

101 G. Brenan, El Laberinto, p. 256.

102 Eric Hobsbawm, Bandidos, Barcelona, Crítica, 2001, p. 136.

103 Eric Hobsbawm, Rebeldes primitivos, Barcelona, Critica, 2014.

104 Julián Casanova, “Auge y decadencia del anarcosindicalismo en España”, Espacio, Tiempo y Forma. Serie V, Historia Contemporánea, 13 (2000), pp. 47-72.

105 Xavier Díez, L’anarquisme, fet diferencial català Influència i llegat de l’anarquisme en la història i la societat catalana contemporània, Barcelona, Virus Editorial, 2013, pp. 41-42.

106 Paul Preston, Un pueblo traicionado. España de 1874 a nuestros días: corrupción, incompetencia política y división social, Barcelona, Debate, 2019, p. 39.

107 G. Brenan, El Laberinto, p. 156.

108 Chris Ealham, La lucha por Barcelona. Clase, cultura y conflicto, Madrid, Alianza, 2005, p. 28.

109 Clara E. Lida, “Sobrevivir en secreto. Las conferencias comarcales y la reorganización anarquista clandestina (1874-1881)”, Cahiers de civilisation espagnole contemporaine, número especial 2 (2015), http://journals.openedition.org/ccec/5467 (consulta: 26 de septiembre de 2021).

 

Fuente: https://alacantobrera.com/2023/03/09/la-invencion-de-los-sonadores-sobre-marxistas-y-anarquistas-en-1873/

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